HACE HOY 18 AÑOS QUE
SE NOS FUE “P A P A L O”
En alguna oportunidad escuché una frase, entre las muchísimas ingratas que he tenido la oportunidad de escuchar a lo largo de mi vida, que suena como una sentencia: “Quien pierde un hijo, pierde su vida”. Y si eso es verdad, yo he perdido la vida tres veces, porque he perdido a tres hijos.
Hoy me toca recordar al primero que me arrancó un pedazo de mi existencia, hace 18 años, el 19 de Junio de 1999. Se llamaba JUANPABLO DE JESUS QUIJADA CABELLO, hoy todo el que lo conoció lo sigue recordando como “PAPALO”. Cuando se desprendió de la altura del cerro El Morro, en Lechería, en aquella desgraciada madrugada de junio, apenas contaba 18 años de edad, era un niño grande con casi dos metros de altura y más de cien kilos de peso, pero era un niño que vivió fugazmente la cortísima vida que por designios de Dios le tocó transitar en el plano terrenal. “PAPALO” se fue y dejó en mí un recuerdo imborrable. Me queda el consuelo de pensar que debe estar en otro plano mejor que en este valle de lágrimas.
Es cierto que en esta vida hay enseñanza para todo y toda clase de asignaturas, al menos en nuestra cultura, no hay una muy importante: cómo actuar ante una pérdida, cuando se trata de un ser querido, como lo es un hijo.
Y la vida está llena de frases hechas: “le acompaño en el sentimiento; le doy el pésame; hay que seguir; la vida sigue; tiene que animarse, él o ella no querrían verle llorar; el tiempo lo cura todo…” Frases que, por mucha voluntad que pongan en ellas los que las dicen, no nos ayudan nada. Y no hay palabras para consolar el dolor.
No hay frases para transmitir solidaridad ni consejos para sobrevivir. Cada uno tiene que encontrar su camino de supervivencia. El tiempo no cura nada, solo ayuda a “aprender a vivir” con ello, a dulcificar el dolor, porque nadie podría sobrevivir mucho tiempo con el mismo grado de dolor. Moriría.
Así, pues, cada vez que me da esa punzada en lo más profundo de mi ser, al recordar a mis seres más queridos a quienes he perdido, recurro al único que me sirve de consuelo en este mundo, Dios, y le digo: “Hágase tu voluntad”.