*Daniel Santos, 26 años de la muerte de un trasgresor que canto, amó y se bebió todo
Sabía llegar a la gente porque conocía la vida desde abajo y perdura en el tiempo porque transmitía ritmo, alegría y solidaridad frente al que sufre
Sabía llegar a la gente porque conocía la vida desde abajo y perdura en el tiempo porque transmitía ritmo, alegría y solidaridad frente al que sufre
Era bebedor, peleador y mujeriego. Llevó su vida hasta más allá del límite. La suerte lo maltrató pero también le tendió la mano. Su voz inconfundible le pemitió convertir algunas de sus canciones en himnos populares. El 27 de noviembre se cumplieron 25 años de su muerte, ocurrida en Ocala, Florida, pero Daniel Santos sigue más vivo que nunca.
Una de sus canciones emblemáticas, El Juego de la Vida, tiene más de 8 millones de vistas en YouTube y temas como El Preso, Dos Gardenias, Bigote de Gato, El Tibiri Tábara, El Bobo de la Yuca, Y Que mi Socio, El Corneta y Borracho no vale superan largamente el millón de vistas cada uno.
Sabía llegar a la gente porque conocía la vida desde abajo y ha perdurado en el tiempo porque transmitía ritmo, alegría y solidaridad frente al que sufre.
"Yo conocí la pobreza y por eso sé comunicarme con los pobres", solía decir el cantante y compositor, nacido en Santurce, Puerto Rico, en 1916. "Y los pobres son iguales en todas partes donde he viajado".
Daniel Santos tuvo una vida de gitano. Era hijo de un carpintero y una costurera y fue criado en el barrio de Trastalleres, una de las zonas más pobres de Santurce, junto con sus tres hermanas, Sara, Rosa Lydia y Luz América.
La situación era muy dura para la familia, y su padre lo sacó de la escuela primaria para que lustrara zapatos en la calle y poder así ayudar al mantenimiento en la casa. En 1924, el hambre apretaba y el padre decidió emigrar con su familia a Nueva York.
Todas esas vivencias se reflejan en sus canciones. A ello se sumó su vida desaforada. Tuvo 12 hijos y se casó 12 veces. Bebió, peleó y amó como si cada día fuese el último de su vida.
Una de las canciones que interpretaba con una vibración única decía: "Cuatro puertas hay abiertas para el que no tiene dinero: el hospital, la cárcel, la iglesia y el cementerio".
Si Daniel Santos resistió y trascendió fue por la música. Grabó más de 300 álbumes, incluyendo con las legendarias Sonora Matancera y la orquesta de Xavier Cugat, en la que reemplazó al cantante cubano Miguelito Valdés.
Con Cuba, Daniel Santos estableció una relación muy estrecha como se aprecia en los discos que grabó con la Sonora Matancera, especialmente en Bigote de Gato, Y que mi socio y El Tibiri Tábara, en los que a través de las canciones y los diálogos en las grabaciones se aprecia su adaptación e identificación con el pueblo cubano.
En 1946 se había establecido en La Habana, Cuba, que vivía un momento de bonanza. Se presentó con gran éxito en emisoras radiales y teatros. Ahí lo bautizaron con un nombre que lo acompañaría el resto de su existencia, El Inquieto Anacobero, que quiere decir diablillo en la lengua de los Ñañigo, una secta de gente de raza negra en Cuba.
Dos años más tarde, el entonces presidente Carlos Prío Socarrás lo invitó a cantar en el Palacio Nacional de Cuba. Y ese mismo año debutó con la Sonora Matancera.
Los problemas, sin embargo, nunca dejaron de acompañarlo.
A los 14 años de edad se había visto obligado a dejar la casa de sus padres en Nueva York debido a las penurias enonómicas. Se mudó a un pequeño apartamento para personas de bajos ingresos y tuvo que luchar solo para sobrevivir.
Una mañana mientras se duchaba empezó a cantar. Había integrado el coro de su escuela secundaria, antes de abandonar de nuevo los estudios. Alguien escuchó su canto y tocó la puerta para averiguar a quién pertenecía esa voz poderosa y singular.
Envuelto en una toalla, Daniel Santos abrió la puerta y se encontró con un miembro del Trío Lírico que lo invitó a una prueba.
En 1930, Daniel Santos debutaba como cantante profesional.
Ganaba poco y gastaba más de lo que tenia. Le pagaban $1 por canción interpretada. Aquello no alcanzaba para su temprano desenfreno. Se endeudó para vivir al ritmo que se había impuesto. Fue apuñalado por un cobrador cuando se atrasó en el pago de un préstamo de $52.
Dicen que tan pronto se recuperó Daniel Santos fue a buscar al cobrador y lo golpeó con un tubo, "52 veces. Y las conté", como diría él más tarde.
Esa reacción mostraba su carácter y las lecciones de la calle que enseñan que para ganarse el respeto hay que devolver golpe por golpe.
Entre 1933 y 1934 cantaba en el nightclub Los Chilenos en Nueva York, a razón de $20 a la semana.
En el Cuban Casino Cabaret en Manhattan, en 1938, donde se había movido porque le pagaban $30 a la semana, conoció al compositor Pedro Flores, quien lo invitó a formar parte del Cuartero Flores, con el que empezó a ganar popularidad.
En 1942 fue reclutado por el ejército de Estados Unidos para combatir en la II Guerra Mundial y estuvo en Okinawa, Japón, y Corea del Sur, aunque su guitarra lo libró algunas veces de ir al campo de batalla porque eramás útil entreteniendo a las tropas con su música.
A su regreso de la Guerra se sumó al movimiento independentista de Puerto Rico y el FBI y el Departamento de Estado empezaron a hacerle la vida miserable sobre todo cuando regresaba de sus giras en el extranjero.
Daniel Santos tenía un olfato especial para meterse en líos. En Nicaragua, Cuba y República Dominicana se burló de Anastasio Somoza, Fulgencio Batista y Leonidas Trujillo. Como consecuencia de ello terminó preso.
Batista le prohibió su regreso a Cuba debido a sus simpatías con el movimiento de Fidel Castro, incluso El Jefe, otro de sus apodos, compuso la canción Sierra Maestra. Regresó por muy poco tiempo a Cuba en 1959, pero se decepcionó por el giro comunista de la revolución. Se dice que Raúl Castro y Ernesto "Che" Guevara no lograron convencerlo que la revolución era "nacionalista".
Las canciones de Daniel Santos eran para las rocolas, los burdeles, para las putas, para los pobres, los desposeídos, los parias, los sin esperanza.
El escritor puertorriqueño Luis Rafael Sánchez se inspiró en este mito para escribir su novela La importancia de llamarse Daniel Santos, porque esa vida trasgresora había superado a la ficción y bien valía la pena recuperarla también para la fantasia.
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