domingo, 3 de marzo de 2019

CON EL CIERRE DE LA FRONTERA, LA CRISIS HUMANITARIA AFLORA EN CÚCUTA


A una semana de los acontecimientos del puente internacional, ocurre algo aparentemente insólito: en lugar de haberse agudizado la crisis humanitaria del lado del estado Táchira, la emergencia parece estar a punto de declararse en el departamento del Norte de Santander. Y si hay una ciudad desesperada, esa es Cúcuta, clamando para que vuelvan los “venecos” que gastan plata, se restablezca el flujo de gasolina de contrabando y se vayan los “libertadores”, que son -según sus autodefiniciones- puras lacras.
De acuerdo con la narrativa del golpe de Estado que avanza desde enero (bueno, a veces avanza y a veces se estanca), lo que debería estar sucediendo es algo muy diferente: un tumulto de miles de personas famélicas clamando para pasar a Colombia.
Pero los tumultos de los que se tiene noticia están por aquellos lados, especialmente en los sitios formales e informales donde se llenan los tanques de gasolina. Con el contrabando notablemente disminuido por el cierre de la frontera, ha quedado bien claro, en apenas unos días, quién vive a costillas de quién en ese eje fronterizo.
Así funciona esto de los seudoacontecimientos y las autoridades autonombradas. Los tinglados laboriosamente construidos por coaliciones de gobiernos de derecha, medios de comunicación globales de derecha, medios locales de derecha, ONG de derecha e influencers de derecha (perdonen tanta repetición, pero es bueno remarcarlo), a veces se caen con el peso de la realidad.
La semana pasada, el cuadro que ayudaron a pintar centenares de actores comunicacionales (con la vieja CIA como directora de orquesta), era el de un pobre país que se caía a pedazos de tanta pobreza, es decir, Venezuela, y su solidaria hermana, o sea, Colombia, guapa y apoyada por el gran hermano, que hasta montó un concierto súpernice para recaudar fondos y se disponía a ser el centro de distribución de una hermosa ayuda humanitaria.
Pero ese terminó siendo uno de los episodios más desastrosos en la desastrosa historia de la antirrevolución. Todo lo que podía salir mal, salió mal: el concierto solo sirvió para los intereses pecuniarios de los mismos de siempre y para una especie de sábado sensacional para Chino y Nacho; los líderes se fueron de rumba; los falsos positivos fueron verdaderos negativos; los “libertadores” quedaron en evidencia como una patota de malandros y paracos aupados personalmente por el presidente Iván Duque; y, sobre todo, acá en Venezuela, pueblo y Fuerza Armada Nacional Bolivariana se batieron al estilo de las batallas cruciales.
Pero si el resultado inmediato fue malo para los impulsores del derrocamiento, el de los días siguientes ha sido peor. Hasta los perritos de la alfombra de Lima disminuyeron la velocidad de batida de cola y recogieron sus expectativas. De los pendencieros ultimátum que fijaban el fin del gobierno de Maduro entre 24 y 72 horas, se llegó al muy religioso “vayan con Dios” y hasta el desmelenado Almagro terció con reflexiones acerca de las virtudes de la paciencia.
En el transcurso de la semana ocurrió el nuevo y fallido intento de obligar a Venezuela a someterse a condiciones impuestas por Washington a través de las Naciones Unidas. El cuento de que Venezuela está aislada de la comunidad internacional tampoco pudo pasar el puente, en este caso, el del Consejo de Seguridad, pues tropezó nada menos que con dos superpotencias (Rusia y China) y como una potencia emergente (Sudáfrica). El canciller Jorge Arreaza hasta pudo darse el lujo de un desplante del que hubiera disfrutado mucho el comandante Chávez, con aquello de “lean mis labios: el golpe fracasó”, dicho en español y en inglés.
Para seguir en esa onda bilingüe, a los boss del golpe no les ha quedado otra opción que manotear la mesa, como hacen los jefes déspotas cuando algo no les sale según sus órdenes o caprichos. Desde lo más alto de Washington han mandado a decir que quien se meta con Guaidó se las verá con el imperio. Por si acaso alguien tenía alguna duda.
Para tratar de montar de nuevo el tinglado caído (el de la comunidad internacional) el diputado Guaidó se fue de gira por los países con gobiernos de derecha, acompañado siempre por la subsecretaria de Estado, Kimberly Breier, exagente de la CIA… de nuevo, por si a alguien le queda alguna duda.
La gira sirve para dar la impresión de que es un jefe de Estado y para dejar pasar unos días, luego del desastre del puente internacional y de los reveses del cartel de Lima y el Consejo de Seguridad. Así podrá intentar el retorno a Venezuela (de la mano de la señora Breier) que es la próxima operación del golpe continuado.
Pero volvamos al comienzo: la peor parte en esta semana posterior a la torta de la frontera la ha llevado la ciudad que fue protagonista. Por ahí anda el alcalde de Cúcuta, César Rojas, quejándose de la falta que le hacen los 35 mil venezolanos que pasaban cada día a comprar productos (buena parte de ellos contrabandeados desde Venezuela, qué ironía), y cuánto les están molestando los guarimberos que llevaron Voluntad Popular y el gobierno de la dupla Uribe-Duque, que ahora no pueden o no quieren regresar a Venezuela o a Medellín y otros lugares de Colombia. Puras joyitas.
El alcalde no lo menciona debido a que es un tema tabú, pero lo que realmente le afecta a la ciudad y a todo el departamento es la disminución del tráfico ilegal de gasolina, el meganegocio del que se nutre buena parte de la población, el narcotráfico y el Estado colombiano, del lado de allá, y las correspondientes mafias del lado de acá. Esa es la causa de fondo de la emergencia humanitaria que se vislumbra en Cúcuta. ¿No habrá alguien que le organice un concierto a esa gente?

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