Argenis Agüero
Este artículo está dedicado a una de las batallas menos conocidas de la épica independentista venezolana. Se trata de la batalla de Cojedes, que el 2 de mayo de 2018 conmemorò 200 años de su acometimiento, pese a lo cual las autoridades y las personalidades regionales no se dignaron prestarle atención, y mucho menos en darle la valoración que merece tan significativa acción bélica independentista, rezagando con ello la historia.
Batalla de Cojedes
La versión de Vergara y Velasco en el libro “1818, Guerra de Independencia” publicado en 1897, narra lo siguiente de dicha batalla:
“Las fuerzas que van a entrar en lucha no son escasas. Latorre disponía de 1,900 infantes que formaban cuatro batallones (Unión, Castilla, Infante y Pardos de Valencia), y 400 jinetes (200 dragones, 100 húsares y 100 lanceros), en tanto que Páez regía la brigada de infantería de Anzoátegui (unos 700 hombres) formada por el batallón Apure y lo que con el nombre de Batallón Sagrado peleó en Ortiz, y unos doce escuadrones con 1,800 lanzas (los cinco con que atacó a San Carlos, los cuatro de Rangel, el de Rondón y los refuerzos de Cedeño), en que incluía lo más selecto de la caballería de Apure, la primera del mundo en ese tiempo por su arrojo y valentía. Tan luego como Latorre vio reunidas sus tropas, resolvió dar un golpe decisivo á Páez antes de que este Jefe se reforzara más, y el 2 de Mayo a la madrugada se puso en marcha hacia Cojedes, a tiempo en que Páez hacía lo mismo, también resuelto a tomar la ofensiva por idénticos motivos. Las dos vanguardias chocaron bruscamente sobre el Camoruco, riachuelo que pasa a tres leguas de San Carlos y a dos de Cojedes; pero como Páez no juzgara a propósito el punto para el juego de sus jinetes, retrocedió a situarse en la llanura de Onoto, que le pareció más adecuada al objeto. Latorre conoció la intención de su contrario y quiso precisarlo al combate echándole encima su vanguardia reforzada: el astuto llanero, previendo lo que iba a suceder, al replegarse dejó emboscada su guardia en una quiebra del camino, a la sombra de una colina, para que cayera en momento oportuno sobre el flanco de la vanguardia realista, como lo hizo obligándola á replegarse en desorden, y así pudo Páez cumplir su deseo sin mayor tropiezo. Una vez en el punto elegido, en la gran llanura de Onoto, que demora al E. del río y pueblo de Cojedes, Páez formó su ejército en batalla, a medio kilómetro a la izquierda del pueblo, dando la espalda a un espeso bosque: al centro la infantería en batalla, en dos filas, la Guardia de Honor de Apure al mando de Muñoz a la derecha, los húsares de Iribarren a la izquierda; el resto de la caballería, al mando de Rangel y Rondón, formó la segunda línea. El plan de Páez consistía en esperar al enemigo sin disparar un tiro, hasta que estuviera muy cerca, romper entonces el fuego, cargar la caballería realista, y en seguida, sin perder la formación, hacer un movimiento de flanco y buscar la izquierda del enemigo a tiro de fusil, para evitar que éste, ya sin jinetes, hiciera un esfuerzo supremo, arrollara la infantería y buscara amparo en el bosque y el pueblo. Todos aprobaron el plan, pero Anzoátegui dijo a Páez no cargara él con la caballería, porque su presencia era necesaria para ejecutar el movimiento proyectado. El General llanero escribió después a este respecto: “confirmé yo entonces el dicho vulgar de que no hay hombro cuerdo a caballo; pues olvidando mis promesas, cargué con la guardia.
Franquearon los realistas la llanura con las debidas precauciones y avanzaron en línea de columnas, los tres batallones al centro, dos de caballería en los flancos y con alguna fuerza de infantería y caballería a retaguardia, custodiando el parque, hospital, equipaje, etc. La firmeza con que aguardaron los patriotas hizo creer a Latorre que la resistencia competiría con la energía del ataque: destacó algunas guerrillas a que provocaran el choque, pero no fueron contestadas: ni un solo hombre se movió en la línea republicana! Por grande que fuera el arrojo de los realistas, no dejó de imponerles la serena actitud de sus contrarios; entre unos y otros se observaba el más profundo silencio; se hallaban ya ambos ejércitos a tiro de fusil, y nadie daba la señal de la batalla. Redoblando el paso los realistas se aproximaron al cabo a tiro de pistola, y fue entonces cuando se vio a aquella masa, que había permanecido inmovible hasta ese momento, hincar la rodilla, presentar las armas y hacer en seguida una descarga cerrada que puso fuera de combate 100 españoles, entre ellos muchos jefes y oficiales: no hubo bala perdida, alguna atravesó hasta tres hombres, porque los realistas avanzaban en columnas cerradas. Al mismo tiempo Páez cargó con su Guardia, y sin esfuerzo, como se comprende, arrolló la débil fuerza de caballería que tenía al frente y desbarató la retaguardia. El compacto ejército español “se bamboleó como árbol que siente caer encima el hacha del leñador.” Pero la sorpresa sólo duró un instante: los realistas también rompieron el fuego, que se hizo por lo mismo horrible y mortífero, y ya reorganizadas las columnas, Latorre, que aunque cruelmente herido por una bala que le atravesó el pie a lo largo, seguía mandando la acción abrazado de un arbusto, dio la señal de cargar a la bayoneta, y la infantería patriota desapareció con la misma rapidez que el humo del combate: no hubo cuartel. También la caballería de Iribarren y Rangel sufrió con un fuego tan cercano, y privada de sus jefes, que indebidamente habían seguido á Páez en su violenta carga, flaqueó, y al ser arremetida por el resto de la caballería realista, quedó arrojada del campo de batalla.
Latorre, agotadas ya sus fuerzas, cayó exánime al suelo, después de entregar el mando al Brigadier Correa. Páez, en el impulso de su carrera, se acordó de lo prometido, pero ya no había remedio: contuvo el caballo, volvió la cara y vio que los suyos huían dispersos sin saber por qué. En el acto ordenó a sus jinetes abandonaran el rico botín que ya estaban recogiendo, y con los primeros que pudo reunir regresó al campo, pero era tarde; entonces se colocó a la vista de los españoles con el indudable deseo de que en su persecución se empeñase lo que les restaba de caballería, a fin de cargarla luego, separada de la infantería, “única arma que temían aquellos feroces zambos, capaces de batirse con la mejor caballería del mundo,”
El Brigadier Aldama, jefe de los jinetes reales, temeroso del resultado de aquel reto y por no arriesgar la opinión del cuerpo y de sufrir un desaire que hiciera perder lo conseguido en la jornada, ” juzgó más prudente no comprometer sola su arma.” El ejército de Latorre, dejando el campo con sus muertos y heridos, fue a establecerse en el pueblo, que estaba rodeado de bosques, quedando Páez por el momento dueño del terreno con unos pocos jinetes, aunque en verdad derrotado. Allí pasó la noche, antes de llegar la mañana ya tenía reunida toda su Guardia, porque algunos soldados se habían alejado mucho persiguiendo al enemigo ; recogió doscientos fusiles (y algunos otros efectos), pero dejando cuatro veces más en el campo, emprendió Ia retirada al día siguiente a las ocho de la mañana”.
Finaliza este autor su relato afirmando: “Ambas partes se atribuyeron la victoria: los patriotas, satisfechos con que Páez hubiera dormido en el campo, y alegando que no habían perdido como los realistas, municiones, equipajes, comisaría ni prisioneros, se declararon vencedores ; pero olvidaron que en esa batalla los realistas, por grandes que hubieran sido sus pérdidas no perdieron la mitad de sus tropas como Páez, habían conseguido lo que deseaban : contener la invasión por Occidente, rechazar a Páez al Apure y volver a dominar las llanuras de Barinas”
El propio Páez en su Autobiografía afirma: “conté los muertos nuestros que ascendían a treinta y seis”; y cuando se refiere a las bajas realistas afirma: “horrible fue el estrago que causaron en el enemigo mis trescientos infantes; pues los mismos realistas, en cartas que interceptaron después en la Nueva Granada, hablando de aquel suceso, decían que hubo bala que atravesó tres hombres, y es de creerse, porque venían ellos en columna cerrada, y nosotros rompimos el fuego cuando los teníamos a tiro de pistola”.
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