En la provincia de Pampanga, al norte de Manila, devotos de todas las edades caminaron descalzos por las calles durante kilómetros hasta la histórica Catedral de San Fernando, construida a mediados del siglo XVIII durante la época de la colonización española.
A lo largo de la travesía muchos de los penitentes se azotaron con látigos, abriendo además incisiones con cuchillas para que la sangre refrescara sus espaldas en carne viva hasta llegar a la basílica, donde adultos y niños del público les propinaron unos últimos golpes.
“Este es el undécimo año en que hago penitencia”, indica a Efe el carpintero de 26 años John Espinosa, tras orar frente a la puerta de la catedral fusta en mano, espalda completamente ensangrentada y la cara cubierta por un velo granate.
El joven, que cree canjear esta penitencia por buena salud para su hijo Johan de 6 años, asegura que en la adolescencia “llevaba una mala vida, estaba siempre borracho con mis amigos e incluso salía a la calle con pistola”.
Sin embargo, asegura, todo cambió con los primeros latigazos: “ahora llevo una vida recta. A pesar del dolor físico, completar la penitencia me hace sentir muy bien por dentro”.
Las cruentas escenas frente a las puertas de la catedral son observadas con atención por grupos de niños, muchos de ellos ansiosos por pertenecer cuanto antes al club de las espaldas carmines.
“Les admiro mucho. Cuando tenga 18 años también seré penitente, igual que mi hermano y mi padre”, comenta a Efe Ricky Dadji, un tímido adolescente de 15 años vecino de San Fernando.
Si bien la mayoría de los devotos que llegan a la catedral lo hacen a golpe de fusta, otros optan por una penitencia menos sangrienta aunque igualmente dolorosa: cargar a la espalda una cruz de madera de entre 20 y 40 kilos de peso.
Estos últimos generalmente van vestidos con una túnica morada o granate y llevan la cabeza cubierta con una capucha o un velo.
Buscar la redención experimentando en las propias carnes los tormentos que según la Biblia sufrió Jesucristo en el Calvario es una tradición muy extendida en Filipinas. La Iglesia Católica, sin embargo, la desaprueba.
“No hace falta que hagan estas cosas porque El Señor ya nos salvó hace más de 2000 años y con eso es suficiente”, argumenta el padre Ricarthy Macalino, vicerrector de la catedral.
El religioso explica a Efe que la Iglesia Católica, una institución muy influyente en la excolonia española, “no promueve estos sufrimientos autoinfligidos y flagelaciones” y trata de disuadir a los fieles, aunque tampoco se opone con contundencia ya que son costumbres muy arraigadas desde hace décadas.
Por su parte, las autoridades locales se han dado cuenta de que las tradiciones sangrientas han convertido a San Fernando en un destino turístico durante la Semana Santa e instan a los jóvenes de la región a hacerse con un látigo o una cruz y tomar parte activa en los ritos, según denuncian autoridades eclesiásticas.
Otro evento que prevé congregar a un gran número de visitantes -los organizadores esperan alcanzar 30.000- es la crucifixión colectiva de varios devotos en la cercana localidad de San Pedro Cutud, un ritual que atrae cada año a multitudes de locales y turistas extranjeros.
Entre los feligreses que se ensartarán mañana en una cruz de madera estará Rubén Enaje, un pintor de 58 años conocido entre sus vecinos como “El Cristo del barangay (barrio)” por haberse hecho crucificar durante los últimos treinta y un años con clavos de acero cual Jesucristo en el monte Gólgota.
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