La Constitución de Venezuela de 1811 fue la primera Constitución de Venezuela y la primera de América Latina, promulgada y redactada por Cristóbal Mendoza y Juan Germán Roscio, siendo sancionada por el Congreso Constituyente de 1811 en la ciudad de Caracas el día 21 de diciembre de 1811. Fue derogada el 21 de julio de 1812por la capitulación de Francisco de Miranda en San Mateo. La constitución tuvo una vigencia de un año.
Esta constitución de corte Federalista es aprobada por los representantes de las Provincias de Margarita, Mérida, Cumaná, Barinas, Barcelona, Trujillo y Caracas, quienes declararon su independencia del Imperio español durante el Congreso constituyente y acordaron la implementación del nombre "Estados de Venezuela" como oficial. En ella se reconocía a la Iglesia Católica Apostólica y Romana como la religión oficial del Estado venezolano. La elección era de tipo indirecta o de segundo grado: Sólo los hombres que tuviesen propiedades podían elegir a un representante por cada 20.000 habitantes quienes a su vez elegirían los representantes de la Cámara de Diputados y Senadores además de los tres encargados del Poder Ejecutivo (triunvirato).
Una vez firmada, fueron aprobados 228 de sus artículos.
Esa constitución era, pues, la primera de la América hispana; y esta particularidad no carece de importancia. Porque en los años subsiguientes los venezolanos tuvieron que hacer frentes a las expediciones más poderosas que envió España para la reconquista de América, ayudados solamente por sus vecinos de Nueva Granada; y ese terrible empecinamiento a que los obligó la guerra, y el hecho que fueron venezolanos los Generales victorioso que dieron remate a la emancipación Americana en Perú, elevó tanto el prestigio militar de Venezuela que hizo olvidar el de sus pensadores y políticos. Como tierra de caudillos, han querido por eso glorificarla: algunos escritores, arteramente; otros, y entres ellos no pocos venezolanos, por ingenuo deslumbramiento.
Es también natural, pues, que entre otros hechos, se cite que la nuestra fue la primera constitución hispanoamericana. La verdad completa es que Venezuela se anticipó a darle base jurídica a su revolución con tanta vehemencia como demostró después para defenderla.
También fuera de esas discusiones, que a menudo llegan a ser pueblerinas, es justo señalar que aquella constitución tuvo alcance continental, por que fijó en forma categórica que la revolución debía ser republicana y democrática. Aun antes de declararse la independencia, cuando se discutías acerca de ella, don Martín Tovar que ya era cuestión decidida por el congreso, “y es la prueba –decía- que ha comisionado a algunos de sus miembros para el proyecto de una constitución democrática”.
Ni la repùblica fue, pues, en Venezuela, obra de los caudillos; ni la democracia se le impuso por los azares de la guerra; una y otra nacieron de una definición doctrinaria que aquellos fundadores de la patria sentía como la primera justificación moral de su lucha por la independencia.
Otros principios de esa constitución indican también las generosas aspiraciones con que comenzaba la emancipación de Americana. Podían ser miembro del supremo poder ejecutivo –que se confiaba a un triunvirato- no solamente todos los americanos, sino también los españoles y canarios, con la única condición de haber reconocido y jurado la independencia.
La junta suprema se había dirigido a todos los ayuntamiento de América, poco después del 19 de abril, excitándolos “a contribuir a la grande obra de confederación americano-española”, y envió comisionado a la Nueva Granada, para que estableciera con este país vecino un tratado de “amistad, alianza y unión federativa”.
La constitución de 1811 precisó más aún esos propósitos, pues a la vez que declaraba inviolables sus preceptos, prometía “alterar y mudar en cualquier tiempo está resolución, conforme a la mayoría de los pueblos de Colombia que quieran reunirse en un cuerpo nacional para la defensa y conservación de su libertad e independencia”.
Desde luego, Colombia era para ellos y conforme al pensamiento de Miranda que ya hemos expuesto, la América española. O mejor: “la España Americana”. Porque esta expresión, que venía del jesuita Vizcardo, entonces se puso de moda y resulto muy feliz: ratificaba la unidad espiritual del mundo hispano, sin excluir la metrópoli, y, a la vez, destruía el equívoco de que la América española se llamara así por pertenecer a España.
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