No es extraño que uno de los centros más activos del golpe de Estado en desarrollo, dirigido desde Estados Unidos, sea la ciudad colombiana de Cúcuta, en la frontera con el Táchira. Lo extraño sería que no lo fuera.
Una revisión de la historia reciente evidencia que esa región limítrofe ha sido un foco permanente de la conspiración nacional e internacional contra la Revolución bolivariana.
El eje Táchira-Norte de Santander ha desempeñado un rol fundamental tanto en la variable de la guerra económica, como en los planes violentos destinados a derrocar al presidente Nicolás Maduro, incluyendo el más radical de todos, el magnicidio frustrado de agosto de 2018.
Herida abierta
La frontera con Colombia es, en general, un desaguadero económico para Venezuela, pero la ventana suroccidental es el punto más sensible de todos.
Durante años, a través de las vías principales o por las famosas trochas o caminos verdes se ha producido una de las mayores corrientes de contrabando de todo el hemisferio. Con la obvia complicidad de autoridades nacionales, por esa ruta se han esfumado a diario toneladas de alimentos, medicinas y artículos de higiene subsidiados por el Estado venezolano o con precios regulados o acordados en el mercado local. Esa ha sido una de las causas del desabastecimiento y la insaciable especulación que ha sufrido el pueblo venezolano en los últimos seis años.
La hemorragia económica que se produce a través de esa herida abierta tiene otro componente primordial: el contrabando de gasolina, un negocio con el que el gobierno ha prometido acabar en varias oportunidades, la más reciente de las cuales ocurrió en agosto de 2018, cuando se anunció que se elevarían los precios a niveles internacionales y se aplicaría un subsidio directo a los automovilistas y transportistas mediante el carnet de la Patria. Este sistema aún no ha entrado en vigencia.
La centrífuga en la que intervienen los productos de primera necesidad y la gasolina de contrabando se completó con el más brutal ataque al cono monetario que convirtió a Cúcuta en un mercado a cielo abierto de billetes venezolanos, mientras en el país se sufrían las terribles consecuencias de la falta de dinero efectivo. Este negocio se vio afectado por la reconversión del año pasado, pero aún sigue en pie y podría retomar en breve la potencia de años anteriores.
Todo ese perverso mecanismo de expoliación dio a luz una de las armas más destructivas que se hayan utilizado en este tiempo de guerra económica en contra de Venezuela: el dólar paralelo.
Tan característica es esta terrible criatura de las deformaciones propias del eje Táchira-Norte de Santander que hasta se le puso la palabra Cúcuta como uno de los apellidos del también llamado dólar criminal.
En todas las intrigas
Aparte de su activo rol en la conspiración económica, la puerta fronteriza de Cúcuta ha sido medular en muchos de los complots propiamente políticos, signados por la violencia.
La cronología de estos episodios podría remontarse mucho más atrás, pero si la acotamos a los últimos seis años, habría que mencionar la particular virulencia que tuvieron las guarimbas de 2014 en San Cristóbal, donde incluso se asedió la residencia del entonces gobernador José Gregorio Vielma Mora. Las detenciones que generaron esas manifestaciones violentas contra la primera autoridad regional fueron la excusa para detonar en Caracas el plan insurreccional denominado “la Salida”, que terminó con un saldo de 43 muertos y más de 800 lesionados a escala nacional.
Durante los años siguientes, el eje fronterizo ha sido el foco de la campaña internacional que pretende presentar el fenómeno de la migración venezolana como un problema de seguridad hemisférica. Con frecuencia se han montado escenarios mediáticos para respaldar esa matriz se opinión, haciendo ver que Venezuela es la causa de todos los males que sufren Cúcuta y otras localidades fronterizas.
La joya de la corona de las acciones conspirativas es el magnicidio frustrado de 2018. De acuerdo con los testimonios aportados por los detenidos, fue en diversos lugares de Norte de Santander, entre ellos la muy cercana Chinácota, donde se entrenó a los participantes en la operación destinada a asesinar al jefe del Estado venezolano mediante el uso de drones explosivos.
Y ahora, la “ayuda humanitaria”
Con semejantes credenciales como núcleo de todas las conspiraciones, no es extraño que el eje fronterizo de suroccidental haya sido escogido como cabeza de playa para una intervención militar disfrazada de entrega de ayuda humanitaria.
La operación se realiza desde allí no solo por la condición de Cúcuta como emplazamiento fundamental de la guerra económica y de las acciones violentas, sino también contando con el apoyo que darán los sectores opositores extremistas de Táchira, algunos de los cuales son partidarios incluso de declararse como provincia rebelde, tal como ha ocurrido en las recientes invasiones de Libia y Siria.
Queda demostrado que en materia de conspiración, todos los caminos conducen a Cúcuta y pasan, lógicamente, por el Táchira.
No obstante, debe recordarse que en materia de defensa de la soberanía y de la paz, el pueblo tachirense también ha dado demostraciones fehacientes, sobre todo a la hora de la grandes definiciones, como ocurrió el 30 de julio de 2017, cuando miles de electores se negaron a aceptar el chantaje y las amenazas y acudieron a votar para elegir los integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente. Ese pueblo valiente y nacionalista también tendrá algo qué decir ante la nueva maniobra en proceso.
(LaIguana.TV)
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