Insólito!
UN PAPA PROHIBIO
LEER LA BIBLIA
El 24 de Marzo de 1564 el
Papa Pío IV promulgó el famoso y criticado “Índice de Libros Prohibidos”, ente los
que figuraba la mismísima Santa Biblia. ¡Anda
pa’la auyama!, como decimos coloquialmente en Venezuela.
Efectivamente, según reseña la
historia, fue el papa Paulo IV (1555-1559) el que en 1559 creó el primer
“Índice”, por cierto de un rigor extremo. Este establecía tres categorías:
obras completas de determinados autores (principalmente protestantes, pero
también católicos como Erasmo de Rotterdam); obras determinadas de algunos
autores; y obras anónimas, subterfugio que algunos autores utilizaban para
eludir las condenas. Y además condenó a 59 impresores con cualquier obra que
saliera de sus instalaciones.
Pero tanto rigor no convenció a su sucesor el papa Pío IV, (1559-1565)
enemigo declarado de su antecesor cuya extrema dureza condenaba, que el 24 de
marzo de 1564 emite la Constitución “Divini Gregis” por la que publica el
Índice de Libros prohibidos que, junto con el anterior, son los primeros que se
publican con carácter oficial para toda la Iglesia universal.
Además, se prohibió la lectura de la Biblia traducida del latín a las lenguas
maternas, salvo en casos excepcionales en que hubiese una autorización
especial.
Las diversas categorías de los libros prohibidos se hallan enumeradas en
las 16 reglas que, a partir de 1640, figuran en los índices de libros
prohibidos de España, que pueden resumirse en cuatro grupos: el primero contempla
las obras contrarias a la fe católica, es decir los escritos heréticos que se
ocupan de los dogmas y la moral cristiana; en este apartado se incluyen los
textos de la Sagrada Escritura con corte polémico, escritos en lengua vulgar.
El segundo grupo abarca las obras
que tratan sobre nigromancia y astrología que fomentan la superstición y los
falsos valores morales; en este apartado se hallan también los libros que
tratan cosas lascivas y de amores que dañan directamente las costumbres
cristianas.
El tercer grupo contempla todas las obras publicadas sin nombre del
autor, impresor y sin señalar el lugar y la fecha de edición, y que contengan
doctrinas dañinas para la fe y moral cristiana. Finalmente, el cuarto grupo
comprende a las obras completas o fragmentos de ellas, y que atentan contra la
buena reputación del prójimo, sean eclesiásticos o civiles.
Las restricciones sin embargo impuestas por la Iglesia con frecuencia
fueron traspasadas por la simple razón de la imposibilidad de poner puertas al
campo. No obstante muchos y selectos autores pasaron auténticos calvarios y
persecuciones por razón de sus publicaciones con penas económicas, de cárcel,
destierro y hasta la muerte.
En lo relativo a la posesión de libros prohibidos en ciertos casos hubo
licencias y autorizaciones para retenerlos en custodia, por ejemplo, en los
conventos autorizados. En ese caso se guardaban separados del resto en un lugar
conocido como “infiernillo”. Esta prohibición, como lista oficial y la
excomunión que implicaba su lectura, fue abandonada el 14 de junio de 1966,
bajo el papado de Pablo VI, al final del Concilio Vaticano II.
De todas maneras siempre las religiones y los poderes dominantes
han tratado de controlar el acceso de los ciudadanos (antes, súbditos) al
conocimiento. La quema de libros, su selección y posterior destrucción,
la censura en definitiva de los textos escritos, salvo excepciones muy
singulares y significativas, ha sido, y es una actitud y una tarea constante y
permanente a lo largo de la historia en prácticamente todas las culturas y
todos los momentos históricos. Con unos u otros motivos, unas u otras excusas,
bien o malintencionadas, siempre ha habido personas e instituciones dispuestas
a esta faena y este quehacer. De ello se ha escrito mucho y se han hecho
incluso películas.
Recordemos cómo en el capítulo 6° del “Quijote”, el cura y el barbero mandan
tapiar el aposento donde está la librería de don Quijote y hacen una hoguera en
el corral a la que arrojan, ayudados diligentemente por el ama, los libros de
caballerías y otras obras de otros géneros literarios que han causado la locura
del hidalgo. Pero ya Cervantes había tenido que suprimir del Quijote, entre
otras, la frase “…las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no
tienen mérito ni valen nada”.
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