viernes, 20 de septiembre de 2019

FRANCISCO "MOROCHITO" RODRIGUEZ GLORIA OLIMPICA DE VENEZUELA NARRA SU VIDA A LOS 74 AÑOS


Muchos deben saber que soy de Cumaná. Hace tiempo que dejé de boxear y ahora no salgo en los periódicos como antes, a lo mejor hay jóvenes que no me conocen.
Nací el 20 de septiembre de 1945 en el segundo parto de mi mamá, Olga Margarita Rodríguez de Brito, que murió hace dos años. Soy morocho con Alida y en total somos 14 hermanos.
Pedro Gómez fue quien me inspiró para incursionar en el pugilismo, tenía fama y yo también quería que la gente me tomara en cuenta, que me admiraran. Pertenezco a una familia humilde y pobre. De mi infancia no me gusta hablar, lloro mucho cada vez que lo hago, soy un llorón.
De mi padre no sé si está vivo o muerto. Nunca lo he visto, abandonó a mi madre cuando estaba en estado, creo que era de Cabimas. En una oportunidad hablé con él, todavía era boxeador y estaba en la concentración. Un entrenador que vino de Punto Fijo me dio su número telefónico y lo llamé un Día del Padre: le pedí la bendición y me preguntó cómo estaban mis hermanos, fue todo. Nunca más he sabido de él. Y, lo que son las cosas, todo el mundo me conoce como Francisco "Morochito" Rodríguez, nadie menciona el Brito para nada.
Todo como consecuencia de las planillas que había que llenar cuando iba a pelear en algún programa, únicamente me ponían el Rodríguez.
En Cumaná todos, tíos, tías y hermanos vivíamos en la casa de mi abuela, Olga Rodríguez, era un rancho de palma. Ella casi nos crió a todos. Mi abuelo, Jesús Ríos, tenía un carro de mulas. En el mismo iba al mercado y llevaba mercancía desde allí hasta varias bodegas. No fui a la escuela por falta de recursos. Desde pequeño ayudaba a mi abuela en sus actividades como vendedora de pescado. La acompañaba a la playa, adonde llegaban los pescadores con sus botes a vender el producto.
Allí comprábamos, montábamos la mercancía en una carretilla, más bien era un carrito de tablas, donde también iba el peso, y nos dirigíamos al centro de la ciudad, casa por casa. Me da mucha tristeza recordar todo esto, tenía como once años y no sabía leer ni escribir. En los ratos libre iba al río, o a tomar cocos de alguna hacienda junto con Pedro y Antonio Gómez, y Cruz Marcano. En esa época todavía ninguno de nosotros se había hecho boxeador. En una ocasión vi a Pedro que iba al gimnasio, y me fui con él, lo observé entrenar y le dije que quería ser boxeador.
Al día siguiente regresé y él habló con Pedro Acosta, quien fue mi primer entrenador, pero poco después éste se fue de Cumaná y Hely Montes se encargó de nosotros, Hely fue nuestro gran maestro. Desde que comencé a boxear no volví a vender pescado, para entonces también era músico, tocaba el timbal en un grupo llamado Los Cocoteros. Animábamos fiestas con las canciones de Billo's. Soy sobrino de la folclorista María Rodríguez, la de La oración del tabaco. Mi mamá no sabía que yo practicaba boxeo y se enteró un día que tenía que tocar y boxear.
Como no me presenté al lugar donde íbamos a poner la música fueron a la casa a ver qué pasaba, entonces empezaron a buscarme y preguntando llegaron al sitio de la pelea, pero no pasó nada, mi mamá no se opuso a que continuara. Quería ser alguien y lo único de que disponía era el boxeo, sabía que me cambiaría la vida. Siempre tuve mucha fe en mí. En cada una de mis peleas me decía y convencía de que iba a ganar, y lo hacía. Tenía seis combates cuando me dijeron que debía viajar a Caracas, fue la primera vez que salí de Cumaná. La primera oportunidad que subí a un avión fue en 1967, iba a los Juegos Panamericanos de Winnipeg, Canadá, mi primera competencia internacional, allá gané oro.
Para los Juegos Olímpicos de México en 1968 tuve una gran preparación, fueron seis meses sin relaciones sexuales. Sabía que el boxeo cambiaría mi vida. Me convertí en el primer campeón olímpico del peso mosca junior (48 kilos), y hasta ahora único oro olímpico de Venezuela. Debía cuidar muy bien mi peso y la noche antes de la final contra el coreano Young Ju Jee sentía mucha sed, pero Félix Márquez, otro boxeador que había sido eliminado, se apareció con un jugo y me lo tomé.
En la madrugada, cuando el entrenador Angel Edecio Escobar me pesó no hallaba qué hacer conmigo, estaba pasado. Salí a correr por las calles, me dieron caramelos sin azúcar para producir saliva y escupir, hasta me apliqué un supositorio. Al momento del pesaje oficial me quité la plancha, el puente, todo, y pesé 47,5 kilos. La Arena México estaba llena y supe que gané oro por Carlitos González, que transmitía por radio para Venezuela. Estaba ubicado cerca del ring y gritó "ganó Morochito, ganó Venezuela" antes de que anunciaran el resultado oficialmente. Una señora me tiró la Bandera y se me salieron las lágrimas, ya dije que lloro mucho.
Ese día cambió mi vida, y fue con el boxeo. Tengo seis hijos y muchos nietos. Mi actual esposa, Carmen Sabina Blondell de Brito, fue quien me enseñó a escribir, se lo agradezco. De mis hijos y nietos a ninguno le gustó el boxeo. En estos momentos hacen falta en Venezuela púgiles como los Gómez (Pedro y Antonio) y los Marcano (Alfredo y Cruz). Van a cumplirse 51 años y todavía estoy esperando que otro venezolano gane una medalla olímpica de oro en boxeo.

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