Valió la pena el trasnocho que me dí para dejar estos garabatos en el facebook hoy, 26 de Octubre, cuando se cumplen 111 años del natalicio de esa eminencia del periodismo que fue Miguel Otero Silva ( MOS ), barcelonés de nacimiento, y además fino poeta, ensayista, humorista, novelista y destacado orador. Y me atrevo a emborronar esta cuartilla simplemente porque siempre he admirado a MOS y hasta me tocó el honor de conocerlo y hasta entrevistarlo en su propia casa de Los Chorros, allá en Caracas, cuando todavía era yo estudiante de periodismo en la UCV, pero Héctor Mujica, mi profesor de Periodismo Informativo, decía que ya yo estaba preparado para ejercer la nada fácil profesión de Periodista.
Y ese día me tocó demostrarlo, porque en casa de MOS estaba nada más y nada menos que ese otro figurón de las letras universales que sigue siendo Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura, por más señas. Fueron grandes amigos e intelectuales de ideas progresistas- Y no pelé ese boche. A los dos los interpelé para cubrir una pauta que me habían dado para el periódico de la Escuela de Comunicación Social de la UCV.
En mi breve entrevista escuché de boca de Miguel Otero Silva algunas cosas que ya sabía y otras de las que me enteré en ese momento.
“¡Ah! En un caserón, en la Juncal con la San Félix, nací yo, el 26 de Octubre del año mil novecientos ocho. Allí está ahora el Ateneo de Barcelona. Es una casa esquinera con siete ventanas por un lado y cuatro por el otro, de dos plantas y un jardín interior con varias matas de grosella”, expresó MOS, cuando le comenté que vivía en Puerto La Cruz y por ende tenía afinidad con la capital de Anzoátegui..
Me contó los detalles de su confinamiento en Barcelona. A primeros de marzo de 1941, momentos después de haber salido a la calle el primer número del semanario El Morrocoy Azul, lo detuvieron y embarcaron en avión hacia su nativa ciudad.
Me habló de la planta eléctrica que surtía la ciudad, de los grasientos galpones ambos propiedad de su padre, así como una fábrica de hielo y otra de velas de sebo que vendía cada vez que fallaba la luz y a quienes no podían pagar la factura eléctrica. Tanto los galpones como la planta eléctrica y las fábricas de hielo y sebo le servían de refugio casi todas las tardes en que mataba el tedio lópezcontrerista a punta de brandy Felipe Segundo, que religiosamente el pinche del tornero-electricista, se encargaba de cruzar el Puente Bolívar sobre el río Neverí en busca de esa bebida tan refrescante en los habituales 42 grados a la sombra que esplendían en la comarca
Entre los personajes que conoció en su obligada permanencia en su ciudad natal recordó a uno llamado Rafael Jiménez, apodado “El Atronao”, un jugador de dados y de gallos, muy famoso en la Barcelona de la época, “Fue de los últimos en largar los grillos gomecistas. Tomaba güisqui seco y mandaba a cerrar las galleras y el bar Las Piedras cuando llegaba yo. Me invitó a un bautizo en el 47, después de ganarnos a los dados una bolsita de mariquitas de oro”, refirió MOS.
Me confesó que su apoyo al gobierno del general Medina Angarita y los avatares de la Segunda Guerra Mundial, de la que esperaba un desenlace encabezado por los soviéticos y no por los aliados, le impulsaron a crear el diario que salió finalmente a la calle el 3 de agosto de 1943, hace ya setenta y un años: EL NACIONAL. Había pasado una temporada en convivencia con el catalán José Moradell, el criollo José Benavides y con el poeta Antonio Arráiz, quien sería el primer director, analizando, proponiendo, bosquejando el nuevo periódico, para que fuera “el mejor informado y el de miras más altas”
La reseña histórica de Miguel Otero Silva da cuenta que muy temprano fue al exilio. Entre 1930 y 1936 trabaja como periodista en España, Francia y Bélgica. En 1937 publica un poemario, Agua y cauce, pero su fama literaria se debe a una serie de novelas que van describiendo la historia social y política de Venezuela, en forma de crónica que recorre ambientes y épocas diversos.
Su primera novela, Fiebre, aparecida en 1939, es una narración testimonial de la lucha estudiantil contra Juan Vicente Gómez. Entre sus obras poéticas destaca la Elegía Coral a Andrés Eloy Blanco. Otras novelas de Miguel Otero son: Casas Muertas en 1954, traducida al francés, italiano, ruso, búlgaro, ucraniano, al sueco y al checo, lo lanza a la notoriedad, inscribiéndolo en el realismo social, que aborda la descripción de ambientes aldeanos, pobres, desamparados y sumidos en el abandono.
Oficina Nº 1; en 1961, que continúa la saga anunciada en la anterior. La dictadura de Marcos Pérez Jiménez aparece en La Muerte de Honorio (1963) y la guerrilla urbana de los años sesenta, en Cuando quiero llorar no lloro (1970). Sus últimos libros se ocupan de personajes históricos, como Lope de Aguirre que desafió a Felipe II desde la selva amazónica, Lope de Aguirre, Príncipe de Libertad (1979) y su última novela La Piedra que era Cristo, (1984) una obra muy documentada sobre la vida de Jesucristo, cuya edición de lujo, como un homenaje del Diario El Nacional, apareció pocos días antes de la muerte del poeta, acaecida el 28 de agosto de 1985
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