lunes, 2 de enero de 2017

CRUZ MARIA SALMERON ACOSTA “EL POETA DEL MARTIRIO”

CRUZ MARIA SALMERON ACOSTA
“EL  POETA  DEL  MARTIRIO”

Cuando se habla de Cruz María Salmerón Acosta, “el poeta del martirio” o “solitario de la cima de Manicuare”,  se siente casi ineludiblemente una extraña empatía con el significado de su desgracia. Nació en Manicuare, pequeño pueblo del estado Sucre,  el 3 de Enero  de 1892. Creció y se desenvolvió  ante el paisaje más hermoso de la Península de Araya. Región cálida y remota de la geografía nacional, dominada por las aguas del mar Caribe.
Desde muy pequeño Salmerón Acosta entró en contacto con la experiencia sobrecogedora de la naturaleza. Su vida se truncó súbitamente. Sin ninguna explicación. Después de conocer la gravedad de su enfermedad Salmerón siempre quedó como interrogándose por la justicia de su destino. Y el día 29 de Julio del año 1929, a las nueve y media de la noche, el poeta se confundió con el azul que tantas veces cantara.

La poesía de Salmerón Acosta es poesía lírica como pocas. Trasciende ampliamente las circunstancias de su vida para convertirse en algo más elevado. Su cántico es a la vida; vida plena y rebosante. De allí su grandeza. Una recopilación de toda su obra lírica, sus sonetos “Fuente de Amargura” se publicó por primera vez en 1952.
Lo sublime de la poesía de Salmerón Acosta se halla en su sencillez. Esa humildad propia del hombre de pueblo. Cada palabra de sus poemas reúne a la vez lo genuino y lo hermoso del habla de Manicuare. Sus versos no son erudiciones rebuscadas ni falsas pretensiones. Únicamente son el lenguaje de su pueblo. Ni más ni menos.
No obstante la sencillez de su poesía Salmerón Acosta supo darle al lenguaje un uso poético muy hondo. Su vida se fue extinguiendo en toda la hondura de su poesía. Más hondo que las profundidades del mar que le vio aparecer y desaparecer como si de un rayo se tratara. Así fue la vida de Salmerón; honda y fugaz.
La obra poética de Salmerón fue dignamente acogida por quienes tuvieron el agrado de conocerla. Junto a José Antonio Ramos Sucre y Andrés Eloy Blanco, Cruz Salmerón Acosta conforma la llamada impronta cumanesa. La claridad en su concepción poética lo distingue del hermetismo de Ramos Sucre. Sin embargo, ambos partieron de un mismo tronco formativo. El intercambio de ideas entre estos dos poetas configuró la identidad estética en cada uno o, al menos, contribuyó para ello.
Salmerón permanece en la memoria de su pueblo como la persona que honró su nombre por medio de la palabra sencilla e ingeniosa. Su poesía exalta la naturaleza que lo albergó durante tantos años. Manicuare fue testigo de su infancia así como también tuvo que serlo de su agonía. El dolor sólo podía aliviarse un poco por medio de la contemplación del paisaje. El azul representó para el poeta un significado vital. El cromatismo de su poesía es característico en toda la poesía venezolana.
La particular sensibilidad queda expresada en la musicalidad creada por Salmerón en cada uno de sus poemas. El soneto como forma expresiva fue utilizado con gran destreza. La habilidad del poeta surgió también para fundir forma y contenido en un solo universo; en un todo armónico y coherente.
En una entrevista televisiva señaló una vez el poeta mexicano Octavio Paz que la poesía satisface las mismas necesidades psíquicas que la religión; a pesar de que ambas persiguen una finalidad diferente. Quizá se pueda pensar ahora en lo sucedido con Salmerón.
La temática de la poesía de Salmerón abarca buena cantidad de sentimientos vividos, de pensamientos iluminados por la corta vida y matizados por una actitud razonable de fatalismo. Entre sus temas se encuentran: el amor a su querida novia Conchita Bruzual, el paisaje de su tierra, la separación y el alejamiento entre los dos, la imposibilidad física de vivir a plenitud sus mejores años, la soledad, el sufrimiento y el miedo a la muerte.

La poesía de Salmerón es única dentro de la producción poética venezolana. Jamás una poesía ha tenido que ser tan necesaria. Tantas cosas por decir y tan poco tiempo. Desde “Cielo y mar”, un año antes de saberse enfermo, incluso antes, cada poema es casi una fotografía dejada por el poeta como prueba de su existencia. Ya enfermo, esta actitud se manifiesta más perceptiblemente; su poesía es hecha para ser testimonio de la existencia de un hombre, de un héroe literario, de un mártir.
Salmerón Acosta consigue en la poesía darle vida, a través de ensueños e idealizaciones, a todo aquello de lo que obligadamente abdicó. El amor de su novia es una de las pérdidas más sentidas por el poeta. Ya cerca de su muerte ella viaja a visitarlo y consigue al fin la aceptación de la renuncia. No sin dificultad Salmerón Acosta entiende que todo había acabado y que sólo estaba unido a ella a través del recuerdo agradable de tiempos mejores. Para ella tampoco fue algo sencillo. Dicen que lo amaba intensamente.
Los últimos diez años de la vida del poeta transcurren entre la cansada angustia de lo que iba a suceder y la indecible frustración por todo lo que había perdido en su vida. Su creencia en el destino responde más a la atribución de sus penas a una instancia diferente que a una simple concepción de vida. Jamás pudo creer que él había sido objeto de tal especie de castigo inmisericorde.
Salmerón no sólo padeció la evidente imposibilidad física debida a su progresivo deterioro sino que paralelamente tuvo que hacer frente a fuertes consideraciones de carácter psicológico derivadas de su problema de salud. Por un lado, soportar callado la cercanía de la muerte; y por el otro, vivir la desesperanza de la incurabilidad de su mal.
Otro aspecto muy relacionado se encuentra vinculado con el estigma casi mítico de la lepra, durante  el período de reclusión de Cruz Salmerón Acosta en la casita del cerro en Guarataro. Lo único que consuela al poeta es el azul del Golfo de Cariaco y la vista en la lejanía de la ciudad de Cumaná. Todo lo básico para el sustento de la vida le es proveído por sus familiares y por los más consecuentes amigos.
El proceso de renuncia y negación en Salmerón es tal vez más difícil de asimilar. Tenía muchas razones para vivir, mucho talento y fue abruptamente arrancado de su vida promisoria. En este sentido, le hizo frente continuo a cada adversidad. Es que no podía hacer una cosa diferente. La vida le exigió demasiado; tanto que sólo la muerte habría de darle respiro. El respiro que a medias encontraba en su poesía.
De esta manera se puede afirmar que sea natural perder la esperanza. Era lo último de lo que también debía desprenderse resignadamente. Renuncia entonces al último asidero con que contaba. Sólo quiere descansar. Su deseo inmediato es acabar con el sufrimiento. Su vida de clausura le permite auto descubrirse. Explora los rincones del miedo y halla a la muerte en medio de una telaraña.
La última etapa de la vida de Salmerón estuvo signada por la renuncia y la soledad. Su creencia en el destino le sembró muchas amarguras, que lo acompañaron hasta sus últimos días. Estas son las palabras de Arráiz Lucca, quien incluyó dentro de una antología un par de sus poemas:
“El pueblo de Manicuare (...) lo tiene como a un santo. Padeció de lepra y su vida no pudo ser otra cosa que un calvario. Murió a los treinta y ocho años después de agotar sus días circunscrito a su pueblo y preguntándole a Dios por la infelicidad de su destino” (Arráiz Lucca; Antología de la poesía venezolana).
A pesar de que el propio poeta se consideró como mártir, jamás permitió a nadie considerarlo como tal. Su capacidad de sufrimiento es casi trágica. No fue desbordada ni siquiera por la arremetida impetuosa del destino. Su poesía, a veces, está teñida de hondas “amarguras”. No obstante, la grandeza excede el sentimiento de impotencia ante su suerte. Se sobrepone a las circunstancias y decide cantar a todo aquello lleno de vida: sus recuerdos de infancia, su novia, sus playas, su “azul”.
Azul - Cruz Salmerón Acosta
Cruz Salmerón Acosta en La Historia que Cuenta mi Pueblo

AZUL

Azul de aquella cumbre tan lejana
hacia la cual mi pensamiento vuela
bajo la paz azul de la mañana,
¡color que tantas cosas me revela!

Azul que del azul del cielo emana,
y azul de este gran mar que me consuela,
mientras diviso en él la ilusión vana
de la visión del ala de una vela

Azul de los paisajes abrileños,
triste azul de mis líricos ensueños,
que me calman los íntimos hastíos.

Sólo me angustias cuando sufro antojo
de besar el azul de aquellos ojos
que nunca más contemplarán los míos. 

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