LA NAVIDAD EN EL
ORIENTE VENEZOLANO
Rafael Armas Alfonzo
La Navidad es la más grande festividad religiosa de la
iglesia cristiana. De cuantas leyendas o tradiciones se tiene noticia, ésta, la
del nacimiento de Jesús, es, sin lugar a dudas, la más hermosa, la más bella,
la que cala más hondo en el corazón de todos. ¿Quién no se conmueve ante la
proximidad de la Navidad?
Es también la fiesta de los niños, de su incontenible y
bulliciosa alegría, y, por contraste, es también la que mayor suma de
recuerdos, de nostalgia y de tristeza trae al ánimo de todos los hombres.
Nombrar diciembre y asociarlo con el color y la alegría de los inolvidables
recuerdos de la infancia, es una misma cosa.
Cada año, con los primeros cantos navideños –los
aguinaldos- todo ese mundo de vivencias aflora espontáneo, preciso, con todo el
poder y fuerza que tienen los recuerdos de la infancia: la casa paterna y el
deseo de los padres por hacer que nos sintiéramos felices a esa edad, la
compañía de los hermanos y el trabajo de poner el nacimiento o adornar el
arbolito, los ensayos de los aguinaldos y la gran satisfacción de ver hacer las
hallacas por las manos hacendosas de la madre. ¿Quién escapa a esos recuerdos?
En Oriente la Navidad reviste un acontecimiento
extraordinario por celebrarse con toda la fragancia y el sabor de la tradición.
Andaluces o catalanes, o isleños de Tenerife, pobladores de estas tierras,
dejaron aquí –con las costumbres tradicionales de su pueblo- sus cantos y su
música.
El aguinaldo propiamente dicho, es español y es éste
quien lo trae a América con el cristianismo y todas las influencias culturales
de los antiguos íberos, los romanos o los árabes. A esos cantos que llevaba el
juglar de villa en villa, el español los sigue llamando villancicos. Nosotros
los llamamos aguinaldo y aunque en él perduran las antiguas raíces, siempre hay
un fondo cultural, mejor dicho, un fondo de aportación cultural el indígena o
del negro; más de las antiguas tradiciones del indio que del negro.
Una muestra la tenemos en los aguinaldos que se cantan en
cada región donde la variedad de sentimientos e intenciones sirven para exponer
junto al chispeante humorismo del blanco, la sobresaliente desconfianza del
indio o la malicia encubierta del negro.
En Barcelona, Urica o El Chaparro, Clarines o Sabana de
Uchire, los aguinaldos sirven a esas intenciones y también a otros intereses.
En la Navidad del año pasado, en Uchire, se oyeron estos aguinaldos
improvisados por un hombre del pueblo:
¡Ah¡ Niño de Uchire,
yo te lo decía:
que al cambiar de mando
yo te cantaría.
Y viendo al niño en el pesebre, casi ahogado entre un
pajonal de un verde intenso, que esa tarde habían recogido en la sabana,
agregó:
Quítenle la paja,
al niño de encima,
que si está llorando,
algo le lastima.
Cantadores de aguinaldos, en cada región, constituyen un
valioso aporte folklórico. En Sabana de Uchire son memorables los aguinaldos
cantados por Bartolo y Julio Morales, Victorio Catamo, Chulo Guacha y Jesús
Malagueña.
En Lechería un grupo de viejos pescadores margariteños
cantaban unos aguinaldos con un sentimiento y una emoción jamás sospechada. Y
no solo eso, la melodía de ese canto, así como su letra, es algo realmente
inolvidable. Es curiosísimo el hecho de que los cantadores casi siempre eran
hombres mayores, de cabeza blanca, que en la alta madrugada de la noche de
Navidad salían de sus casas formando una comparsa –con cuatro y maracas- para
buscar la compañía de otros paisanos o familiares.
En cuanto a vivencias folklóricas relacionadas con la
Navidad, estos pueblos de oriente conservan un valioso acervo cultural. En
Anzoátegui sobresale la danza o baile indígena que tradicionalmente se baila
por estos tiempos en Caigua, un antiguo pueblo de misión. En este baile se
observa muy poca o ninguna influencia de lo español. En Cumaná, el diablo –un
hombre- representa el concepto religioso y moral de la idea del mal y aunque en
su atavío o disfraz se incluyen componentes indígenas, o que usa el indígena,
su caracterización no es autóctona; lo trajo el español.
En el mismo Cumaná es notable y digna de verse la
comparsa que todos los años, por Navidad, organizaba Georgina Rodríguez, la Negra Georgina: El
Guarandol, con su melodía y coreografía propias, no faltan en diciembre.
Georgina es de Chiclana y el enorme pájaro, que otros años vistió con papel
blanco rizado, quién sabe este año que color vestirá. Pero no se crea que esa
comparsa de la negra Georgina era la
única que organizaban en Cumaná. El Carite y El Chiriguare, y muchas otras, eran
dignas de verse en muchos pueblos del Estado, en Nueva Esparta y Anzoátegui.
Hombres de letras en todos los tiempos, han escrito sus
impresiones en relación con la Navidad. Nos llena de orgullo y satisfacción
mencionar entre ellos al poeta José Tadeo Arreaza Calatrava, que escribió el
más bello y el más nacional de los poemas infantiles que tratan de la Navidad,
antes de crearse la necesidad pedagógica de una literatura infantil, a la que
aportó notables antecedentes Rafael Olivares Figueroa. El poeta Arreaza
Calatrava se dejó conmover por los recuerdos de su niñez en Aragua de Barcelona
y escribe la más inolvidable literatura que hoy puede leer el niño venezolano.
En cuanto a la costumbre de ofrecer regalos en la
Navidad, pensamos que esta puede tener su origen en la historia de los tres
Reyes Magos, quienes llegaron con sus presentes para el niño Jesús, doce noches
después de su nacimiento. Es verdad también que existe una versión que atribuye
esa costumbre de los regalos como proveniente de una antigua celebración
romana: el 21 de diciembre es el día más corto del año.
En la antigua Roma era costumbre celebrar la llegada del
invierno, y, a partir de esa fecha, los romanos se hacían mutuamente regalos
para festejar la mayor duración de los días. La tarjeta de Navidad tuvo su
origen en Inglaterra; su intercambio comenzó en 1840. En los países cristianos
esta tarjeta de Navidad constituye una expresión de afectos y simboliza nuestra
alegría por el nacimiento de Jesús.
El arbolito de Navidad parece ser originario de Alemania.
Se ha dicho que el monje San Bonifacio, en el siglo VIII, adornó el primer
arbolito. Fue una buena idea. Los sajones aportaron la escarcha, el bastón rojo
y blanco y las medias muy decoradas, propias de estos días.
En Italia, Francia, España y en toda la América Latina,
la representación del nacimiento de Jesús con figuras de barro, cerámica o
yeso, constituye una vieja tradición, cuya paternidad se atribuye a San
Francisco de Asís. Él, que tanto amaba a los animales, el año 1.224, teatralizó
el rito navideño, escenificando la historia. Se cuenta que llevó a una de las
naves de su iglesia elementos vivos y, encabezando grupos de aldeanos, bailaba
y cantaba villancicos alrededor del nacimiento. Así fue como nació la tradición
del nacimiento y surgieron después las figuras de arcilla, yeso o madera,
representando a cada uno de los personajes de la historia bíblica.
En cuanto a Santa Claus o San Nicolás, su representación
proviene de una vieja costumbre holandesa. San Nicolás es amigo de los niños,
patrono de los marinos, de los empleados y de los maestros. En Norteamérica
cambiaron a San Nicolás por un hombre gordo, vestido de rojo con adornos
blancos. Desde el polo norte, por estos días de Navidad, viaja en un trineo
tirado por renos. Los niños deben colgar sus medias la víspera del día esperado
para que Santa Claus les deje allí sus regalos o dulces.
Leyendas o tradiciones, con distintos orígenes, y, por
supuesto, con diversos aportes culturales, emotivos o sentimentales, es cuanto
de sabor y color a estos días de tanta significación como son los de la
Navidad.
¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los
hombres de buena voluntad¡
El Morro de Barcelona, 22 de diciembre de 1972.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario