Kochcdemostró que las enfermedades no estaban provocadas por espíritus malignos.
La tumba de este profesor que alcanzó la fama mundial en 1882 sigue siendo muy especial en Berlín. No se encuentra en un cementerio, sino tal y como él deseaba, en el instituto de investigación que lleva con orgullo su nombre.
Colocado en medio de una sala de mármol que hace las funciones de mausoleo, es la joya de la corona del prestigioso Instituto Robert Koch de la capital alemana.
En él, todavía muchos objetos recuerdan la existencia de su fundador, nacido el 11 de diciembre de 1843 en la entonces Prusia (en la localidad de Clausthal-Zellerfeld, actualmente Baja Sajonia). Entre ellos destaca su mesa de trabajo, un microscopio y los muchos libros que él marcó con la letra "K".
Ese instituto es un centro de investigación clave en toda Alemania. En él se llevan a cabo investigaciones sobre la gripe porcina, aviar y sobre todos los virus que pueden poner en peligro la salud de la nación.
Koch, que realizó sus estudios en las ciudades alemanas de Gotinga, Hamburgo y Lagenhagen, desarrolló sus famosos postulados que aunque hoy pueden resultar lógicos, en su época resultaron ser un descubrimiento revolucionario.
No en vano, mucha gente estaba convencida entonces de que las enfermedades las transmitían los malos espíritus a través de pestes o infecciones.
Tras el descubrimiento del bacilo de la tuberculosis, Koch empeñó sus esfuerzos en desarrollar una vacuna que impidiera la muerte de tantas personas a causa de esa enfermedad, pero su "Tuberculina" no logró ese resultado, lo que se convirtió en una derrota amarga y pública para el científico que tantos éxitos había logrado.
Lo que Koch no sabía entonces es que su descubrimiento ya era clave para curar la enfermedad y que aún en nuestros días es indispensable.
Pero lo que de ninguna manera podía sospechar es que la tuberculosis podía seguir siendo, 100 años después, una de las enfermedades más mortíferas para el ser humano. Hoy en día siguen muriendo cerca de dos millones de personas en todo el mundo a causa de esa enfermedad.
Lo que Koch no sabía entonces es que su descubrimiento ya era clave para curar la enfermedad y que aún en nuestros días es indispensable.
Pero lo que de ninguna manera podía sospechar es que la tuberculosis podía seguir siendo, 100 años después, una de las enfermedades más mortíferas para el ser humano. Hoy en día siguen muriendo cerca de dos millones de personas en todo el mundo a causa de esa enfermedad.
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