FUSILAMIENTO DE APOLINAR MORILLO
POR ASESINATO DEL MARISCAL SUCRE
El 30 de Noviembre de 1842, tuvo lugar el fusilamiento público en Bogotá
del coronel Apolinar Morillo por su participación en el asesinato del Mariscal
Antonio José de Sucre. Dos de los cómplices de Morillo en el histórico crimen
habían muerto envenenados pocos días después de haber consumado el asesinato
del Mariscal de Ayacucho. El otro, José María Obando, cayó abatido 31 años
después.
Antes de ser conducido al paredón de fusilamiento, a las 4:00 de la
tarde del 30 de noviembre de 1842, Morillo acusó al general José María Obando,
de haberlo contratado para asesinar al Mariscal Sucre, en una hoja impresa en
la que decía: “Un destino funesto hizo que el ex general José María Obando, que
tenía meditado el asesinato del Gran Mariscal Antonio José de Sucre, de acuerdo
con otros señores cuyos nombres no debo expresar en estos momentos, más cuando
la opinión pública los señala con el dedo, me escogió por instrumento para
entender en aquel crimen perpetrado en un hombre justo a quien yo respetaba”.
El crimen político cometido en Berruecos contra un hombre estético como
Antonio José de Sucre, generó una reacción indignada de la sociedad, sobre todo
en Ecuador y Bogotá. La historia señala como autores intelectuales a los
generales José María Obando, que llegó a ser presidente de Colombia, y al
venezolano Juan José Flores, aunque jamás se pudo probar judicialmente. De
hecho como lo indica Vicente Lecuna, Obando en sus memorias publicadas en Lima
expresa que uno de los dos fue el criminal: o Flores o él.
Sin embargo al estudio de los documentos que conforman el legajo del
juicio, ambos son culpables. Los autores materiales de este magnicidio fueron
Apolinar Morillo, uno de esos seres nacidos en cualquier lugar del mundo sólo
para la ignominia, éste por desgracia en Venezuela; José Erazo, José Gregorio
Sarría y tres peones que los acompañaron. Mucha gente para un ser solitario que
solo ambicionaba la paz.
Sucre, muerto Bolívar, era el militar de más alto prestigio en Colombia,
Ecuador y Perú, y sus subalternos lo apreciaban por su carácter afable a pesar
de la rigidez de su disciplina, y eso era muy incómodo para los generales que
ambicionaban el poder político como herederos bastardos de la gesta de Bolívar.
Crónica de una muerte anunciada
La muerte de Sucre fue una muerte anunciada, tanto así que el periódico
El Demócrata que se editaba en Bogotá, publicó un editorial el 1° de junio, tres días antes del asesinato, donde
expresaba, después de una sarta de improperios y descalificaciones: “Puede ser
que Obando haga con Sucre lo que no hicimos con Bolívar”.
Genaro Santamaría, enemigo jurado del Libertador y participante en la
reunión donde se discutió y decretó la muerte de Sucre, cuenta que “después de
una larga deliberación, se resolvió que
era necesario suprimir al general Sucre, que era el único por sus talentos
militares y su prestigio que podía conservar el predominio del Libertador en
Colombia”.
El general López hizo llamar de inmediato a Carlos Bonilla para
comprometerlo a que en el paso Domingo Arias del río Magdalena, volcara la
canoa en que fuera Sucre para ahogarlo, pero Bonilla se indignó y se negó a
ello.
Sucre era el único que no sabía de su
inmediata muerte
La inmediata muerte de Sucre se comentaba en Bogotá como cosa normal. En
las barberías, en las tertulias familiares y hasta en reuniones públicas en la
plaza Mayor. Se llegó a decir que una junta secreta reunida en la casa de don
Francisco Montoya, integrada por Manuel Antonio Arrublas, Ciprián Cuenca, Ángel
María Flores, Vicente Azuero, Luís Montoya, Genaro Santamaría y otros, decidió
la muerte de Sucre, que recibió anónimos informándole que se cuidara.
Genaro Santamaría, uno de los conspiradores relató años después: “Vi al
general Sucre paseándose en el atrio de la Catedral con los brazos cruzados, me
pareció que se me aparecía un espectro habiendo decretado su muerte momentos
antes”. El odio de los militares por sus censuras a los desmanes que cometían
contra el pueblo y sus instituciones, y la resolución de los granadinos de
quitarse de encima a los venezolanos, sentenciaron a Sucre, que no se
caracterizó precisamente por su malicia.
El día de
la horrenda tragedia de Berruecos, al oírse la detonación del arma de fuego,
exclamó Sucre, cayendo del caballo: ¡Ay, carajo! un balazo...”. Y no pronunció
más palabra. Desde entonces, quedó como refrán en la región el decir a una
persona, cuando jura y perjura que en su vida no cometerá tal o cual acción,
buena o mala: - ¡Hombre, quién sabe si no nos saldrá usted un día con el carajo
de Sucre!”.
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