MANUELA SAENZ: EL TRAGICO
DESTINO DE
UNA HEROINA
Hoy se cumplen 160 años, de la muerte de la magnífica heroína
Manuela Sáenz, hecho ocurrido el 23 de Noviembre de 1856, reconocida por el
mismo Simón Bolívar el 25 de septiembre
de 1828 como la "Libertadora del Libertador".
Lo primero que queremos decir
sobre la personalidad de esta emblemática patriota es que Manuela era una mujer
de amplios horizontes por encima de las convenciones sociales. Esto provocó una
campaña en contra de ella, pero también
hubo otra a favor de esclarecer los hechos y ofrecer una imagen más
contrastada, especialmente a raíz del escándalo que se produjo con la novela
del escritor venezolano Denzil Romero, “La esposa del Dr. Thorne”, con la que
obtuvo el Premio La Sonrisa Vertical 1988 en España.
La novela ofrece la imagen de
una hembra ambiciosa, arrogante, impulsiva y de extraordinaria voracidad
sexual. Romero crea un personaje lascivo e insaciable, el mismo que se
construyó a base de rumores. Ya para
Santander, el enemigo de Bolívar, “la Sáenz”, como afirmaba desdeñosamente,
sólo “era una ramera”.
Personalidades que la
visitaron en el declive de su vida, como Herman Melville (autor de Moby Dick),
Simón Rodríguez y Giuseppe Garibaldi, patriota italiano, vieron en ella “una
reina”. Esto indica que más allá de las adversidades se imponía una gran
personalidad. El escritor peruano, Ricardo Palma, que le dedica unas páginas en
sus “Tradiciones peruanas”, dirá que era “una mujer-hombre”, “una mujer
superior”; para las tropas, “la Generala”.
Pero la sociedad quiteña, a la
que pertenecía, reparó más en sus faltas que en sus cualidades morales y en su
talento. El historiador Alfonso Rumazo González reacciona contra el estigma que
distorsiona su imagen, ofreciendo un perfil más ajustado. Para él, Manuela era
“una mujer que se conducía en la hora difícil en la misma forma que hubiera procedido
el Libertador. Le sobraba genio; sólo faltaron hombres que la secundasen”.
El papel de las mujeres en la
independencia de América, tal como nos lo presentaba la tradición, se redujo a
la realización de tareas como la confección de uniformes y banderas, a ser
acompañantes de los ejércitos, cocineras o prostitutas y, en el mejor de los
casos, enfermeras, e incluso espías. Casi nunca se reseñaron otras actividades:
guerrilleras, líderes y dirigentes —que las hubo—, como es el caso de Manuela
Sáenz, que alcanzó la celebridad por ser amante de Bolívar, pese a que fue
mucho más que eso, como demuestra esta carta de Francisco Antonio Sucre dirigida
al Libertador desde el Frente de Batalla de Ayacucho, el 10 de diciembre de
1824:
“Se ha destacado particularmente [...] por su valentía;
incorporándose desde el primer momento a la división de Húsares y luego a la de
Vencedores, organizando y proporcionando avituallamiento de las tropas,
atendiendo a los soldados heridos, batiéndose a tiro limpio bajo los fuegos enemigos;
rescatando a los heridos”.
Por su ejemplar conducta solicitaba “se le otorgara el grado de
coronel del Ejército Colombiano”. Sin embargo, tan alta distinción no fue
suficiente para situarla en el mosaico de la historia, al lado de los próceres
o fundadores de las repúblicas hispanoamericanas. El odio y el ensañamiento de
sus compatriotas la persiguieron hasta el fin de sus días. Pero la fuerte
personalidad de Manuelita Sáenz, como aprendimos a llamarla, se impuso sobre
sus enemigos, incluso sobre la leyenda de su vida, dejándonos ver la fuerza de
un carácter capaz de romper barreras sociales, morales y de género.
Valga
esta referencia para quienes maliciosamente sólo la reconocen como la “amante”
del Libertador. Podemos decir que Manuelita fue una heroína independentista
antes de Simón, con Simón y después de Simón.
Manuela Sáenz, participó en la causa patriótica, no por ser
la amante de Simón Bolívar, ya que antes de conocerlo se había unido a las
luchas independentistas, sino precisamente por lo que él encarnaba: el sueño de
unas naciones libres. Su cultura, su conciencia de una identidad americana, así
como el papel que le correspondió en la construcción de las nuevas repúblicas
se refleja en la correspondencia con Simón Bolívar.
Y es que desde muy joven había
colaborado en la campaña del Perú por lo que el general San Martín la condecoró
con la orden de “Caballeresa del Sol”, consistente en una banda blanca y
encarnada con una pequeña borla de oro y una medalla cuya inscripción decía
"Al patriotismo de las más sensibles", insignia de la nueva nobleza
republicana que también le fue otorgada a otras 111 mujeres en Lima.
Pero el nombre de Manuela
Sáenz fue borrado por quienes estaban interesados en maquillar una historia
llena de miserias que ella puso en evidencia: las conspiraciones contra
Bolívar, los intentos de asesinato, la traición de sus compatriotas y las
calumnias de que fue objeto por parte de sus detractores.
Manuela fue una pieza
fundamental porque se enfrentó a los enemigos del Libertador cuando una
fracción de su ejército se sublevó en Lima negándose a cumplir la nueva
constitución. La leyenda dice que, vestida de hombre, a caballo, pistola en
mano, entró en uno de los cuarteles insurrectos en defensa de Bolívar. Por todo
ello hizo temblar a muchos generales que la temían y odiaban a la vez.
Ella era consciente de que no
se aprobaba su conducta, que hombres y mujeres se escandalizaban de sus
aventuras, y se defendía criticando la hipocresía de una sociedad que, tras las
buenas formas, ocultaba muchos de los vicios que señalaban en ella.
Bolívar fue el primero en
reconocer el talento de Manuela. En carta al general Córdova, le recuerda a éste
el respeto que se merece: “Ella es también Libertadora, no por mi título, sino
por su ya demostrada osadía y valor, sin que usted y otros puedan objetar tal.
[...] De este raciocinio viene el respeto que se merece como mujer y como
patriota”. Lo importante para Bolívar era que Manuela no deseaba nada para sí y
por tanto no le traicionaría; por eso cada vez se fue confiando más a ella,
hasta dejarla encargada de su archivo.
Pero ella fue más que su guardaespaldas, como lo demuestra esta
carta en la que lo anima a crear la república de Bolivia:
“Un pueblo agradecido con su espada y su voluntad de usted,
puede ser el abono más extraordinario para que fortalezcan la justicia y las
instituciones republicanas. He recogido de manera reservada algunas opiniones
de la gente que le es fiel, y comparten el entusiasmo de ver nacer un estado
con su nombre, que tenga de usted el amor irrefrenable por la libertad.
Permítame ayudar a multiplicar la libertad y juntos habremos logrado procrear
una hija, que sólo usted y yo, sabremos es el producto de este sentimiento que
desafía la barrera de los tiempos”.
Esta
carta, impregnada de una profunda conciencia americana, nos indica que no sigue
a un hombre sino a un ideal. Ataviada con ropas militares, armada y a caballo
emprende la campaña escalando la cordillera con el grado de Coronela.
En 1830, encontrándose en
Guadas (Colombia) se entera de la muerte de Bolívar, por lo que se traslada de
inmediato a Bogotá donde manifiesta públicamente de palabra y por la imprenta su
adhesión a los ideales del Libertador.
Obviamente, tras la muerte de
Bolívar, se le cerraron todas las puertas, incluso las de su ciudad natal. Así
la vemos asediada por unos, criticada por otros, y en el ocaso de su vida
Manuela se refugia en Paita, Perú, ante
la inmensidad de un océano, llamando a sus perros con los nombres de los
enemigos de Bolívar. Acaso para conjurar los males se valió del humor, como
suelen hacerlo quienes son capaces de estar por encima de las mezquindades
humanas.
Manuela Sáenz: calumniada,
anatematizada, perseguida y proscrita, envidiada, deseada, repudiada y
desterrada, su destino de heroína es trágico. Enferma, inválida y atacada por
la peste difteria, muere en 1857 en el olvidado puerto de Paita, en el
Pacífico. Allí es enterrada en una fosa común, junto con todos sus recuerdos,
cartas y documentos. El testimonio de su vida se redujo a cenizas como una
medida de higiene, y también como una venganza del tiempo, que le cobró cara su
osadía: su ejercicio de la libertad.
Su cadáver fue incinerado a
fin de evitar contagio en la población, lo mismo que sus pertenencias, entre
ellas gran parte de la correspondencia de Bolívar para ella, que guardaba
celosamente. En agosto de 1988, fue localizado el lugar donde se encontraban
los restos de Manuela Sáenz en el cementerio de aquella localidad.
La identificación fue posible
gracias a que se encontró la réplica de la cruz que siempre portaba la cual la
identificaba como la compañera del Libertador.
El 5 de julio de 2010, durante
la conmemoración del 199° aniversario de la firma del Acta de Independencia de
Venezuela, fue colocado en el Panteón Nacional un cofre que contiene tierra de
la localidad peruana de Paita, donde fue enterrada Manuela Sáenz.
Estos restos simbólicos fueron
trasladados por vía terrestre desde Perú, atravesando Ecuador, Colombia y
Venezuela hasta arribar a Caracas, donde reposan en un sarcófago junto al Altar
Principal, donde yacen los restos del Padre de la Patria, Simón Bolívar.
Adicionalmente, a Sáenz se le concedió póstumamente el ascenso a generala de
división del Ejército Nacional Bolivariano por su participación en la guerra
independentista, en un acto al que asistieron los presidentes de Ecuador y
Venezuela.
Quizás estos versos de Pablo
Neruda, incluidos en el Canto General, sean el más bello homenaje a lo que fue
su vocación americana: “Manuela, brasa y agua, columna que sostuvo / no una
techumbre vaga sino una loca estrella. / Hasta hoy respiramos aquel amor
herido, / aquella puñalada de sol en la distancia”, (Pablo Neruda, “Retrato”,
La insepulta de Paita).
¡Gloria a las mujeres patriotas! ¡Gloria
eterna a Manuelita!
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