viernes, 4 de noviembre de 2016

SIGMUND FREUD DESCUBRIO QUE LOS SUEÑOS ENCIERRAN REALIDADES

“…que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son”. (Pedro Calderón de La Barca)
SIGMUND FREUD DESCUBRIO QUE LOS
SUEÑOS ENCIERRAN REALIDADES
El 4 de noviembre 1899, hace 117 años, Sigmund Freud, médico neurólogo austriaco de origen judío, padre del psicoanálisis y una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX, publicó una de sus obras más conocidas: “La interpretación de los sueños”. Con este trabajo Freud inauguraba su teoría de análisis de los sueños, una puerta abierta para comprender el inconsciente.
Para el padre del psicoanálisis, los sueños son un intento del inconsciente de resolver un problema que nuestro cerebro no deja pasar a la consciencia y que sólo se manifiesta de forma deformada en los sueños. Por tanto, las imágenes que soñamos nos dan pistas sobre los conflictos internos y pueden ser una herramienta para el terapeuta.
La interpretación de los sueños es el arte y la técnica de asignar significado a los diversos componentes, elementos e imágenes que aparecen en los sueños. Se trata de una práctica humana milenaria, de la que se conservan registros escritos de más de 3.800 años de antigüedad. Igualmente, algunas comunidades humanas y pueblos originarios actualmente existentes incorporan la práctica a su sistema de creencias y organización social.
Mientras el desciframiento de los símbolos oníricos buscaba en la antigüedad revelar un mensaje divino, a comienzos del siglo XX y a partir de los desarrollos teóricos del psicoanálisis la interpretación de los sueños se orienta a revelar contenidos inconscientes y pasa a ser una técnica clínica, utilizada hasta la época actual no solo por el psicoanálisis, sino por diversas vertientes de la psicología clínica.
En su tratado sobre “La interpretación de los sueños”, un volumen de 362 páginas, con un contenido amplísimo y analítico, Sigmund Freud demuestra por qué es el “Padre del sicoanálisis”.
Comienza diciendo que nuestros sueños se agregan siempre a las representaciones que poco antes han residido en la conciencia, y una cuidadosa observación encontrará casi siempre el hilo que los enlaza a los sucesos del día anterior.
“La experiencia confirma nuestra afirmación de que el contenido más frecuente de nuestros sueños se halla constituido por aquellos objetos sobre los que recaen nuestras más ardientes pasiones. Esto nos demuestra que nuestras pasiones tienen que poseer una influencia sobre la génesis de nuestros sueños. El ambicioso sueña con los laureles alcanzados (quizá tan sólo en su imaginación) o por alcanzar, y el enamorado, con el objeto de sus tiernas esperanzas... Todas las ansias o repulsas sexuales que dormitan en nuestro corazón pueden motivar, cuando son estimuladas por una razón cualquiera, la génesis de un sueño compuesto por las representaciones a ellas asociadas, o la intercalación de dichas representaciones en un sueño ya formado”, afirma Freud.
Ratifica así que podemos incluso afirmar que, por extraño que sea lo que el sueño nos ofrezca, ha tomado él mismo sus materiales de la realidad y de la vida espiritual que en torno a esta realidad se desarrolla... Por singulares que sean sus formaciones no puede hacerse independiente del mundo real, y todas sus creaciones, tanto las más sublimes como las más ridículas, tienen siempre que tomar su tema fundamental de aquello que en el mundo sensorial ha aparecido ante nuestros ojos o ha encontrado en una forma cualquiera un lugar de nuestro pensamiento despierto; esto es, de aquello que ya hemos vivido antes exterior o interiormente.
Que todo el material que compone el contenido del sueño procede, en igual forma, de lo vivido y es, por tanto, reproducido -recordado- en el sueño, es cosa generalmente reconocida y aceptada. Sin embargo, sería un error suponer que basta una mera comparación del sueño con la vida despierta para evidenciar la relación existente entre ambos. Por lo contrario, sólo después de una penosa, y atenta labor logramos descubrirla, y en toda una serie de casos consigue permanecer oculta durante mucho tiempo. Motivo de ello es un gran número de peculiaridades que la capacidad de recordar muestra en el sueño, y que, aunque generalmente observadas, han escapado hasta ahora a todo esclarecimiento.
Leyendo detenidamente la obra de Freud, observamos, ante todo, que en el contenido del sueño aparece un material que después, en la vida despierta, no reconoce como perteneciente a nuestros conocimientos o a nuestra experiencia. Recordamos, desde luego, que hemos soñado aquello, pero no recordamos haberlo vivido jamás. Así, pues, no nos explicamos de qué fuente ha tomado el sueño sus componentes y nos inclinamos a atribuirle una independiente capacidad productiva, hasta que con frecuencia, al cabo de largo tiempo, vuelve un nuevo suceso a atraer a la conciencia el perdido recuerdo de un suceso anterior, y nos descubre con ello la fuente del sueño. Entonces tenemos que confesarnos que hemos sabido y recordado en él algo que durante la vida despierta había sido robado a nuestra facultad de recordar.
Una de las fuentes de las que el sueño extrae el material que reproduce, y en parte aquel que en la actividad despierta del pensamiento no es recordado ni utilizado, es la vida infantil Por lo contrario, las profundidades de la memoria onírica encierran en sí preferentemente aquellas imágenes de personas, objetos y localidades de las épocas más tempranas, que no llegaron a adquirir sino una escasa conciencia o ningún valor psíquico, o perdieron ambas cosas hace ya largo tiempo y se nos muestran, por tanto, así en el sueño como al despertar, totalmente ajenas a nosotros, hasta que descubrimos su primitivo origen.
En cuanto a los estímulos y fuentes de los sueños, Freud basa su teoría en que aquello que estos conceptos significan podemos explicarlo por analogía con la idea popular de que “los sueños vienen del estómago”. En efecto, detrás de dichos conceptos se esconde una teoría que considera a los sueños como consecuencia de una perturbación del reposo. No hubiéramos soñado si nuestro reposo no hubiese sido perturbado por una causa cualquiera, y el sueño es la reacción a dicha perturbación. La discusión de las causas provocadoras de los sueños ocupa en la literatura onírica un lugar preferente, aunque claro es que este problema no ha podido surgir sino después de haber llegado el sueño a constituirse en objeto de la investigación biológica.
Es proverbial que el sueño se desvanece a la mañana. Ciertamente es susceptible de recuerdo, pues lo conocemos únicamente por lo que de él conservamos al despertar, pero con gran frecuencia creemos no recordarlo sino muy incompletamente y haber olvidado la mayor parte de su contenido. Asimismo podemos observar cómo nuestro recuerdo de un sueño, preciso y vivo a la mañana, va perdiéndose conforme avanza el día, hasta quedar reducido a pequeños fragmentos inconexos.
Otras muchas veces tenemos conciencia de haber soñado, pero nos es imposible precisar el qué, y en general nos hallamos tan habituados a la experiencia de que los sueños sucumben al olvido, que no rechazamos como absurda la posibilidad de haber soñado, aunque al despertar no poseamos el menor recuerdo de ello. Sin embargo, existen también sueños que muestran una extraordinaria adherencia a la memoria del sujeto.
La teoría de que en la vida onírica sólo se manifiesta una parte de la actividad anímica paralizada por el reposo es la preferida por los autores médicos y, en general, por el mundo científico. Fácilmente puede demostrarse que los sueños evidencian frecuentemente, sin disfraz alguno, el carácter de realización de deseos, hasta el punto de que nos asombra cómo el lenguaje onírico no ha encontrado comprensión hace ya mucho tiempo.
El tema de la interpretación de los sueños es realmente apasionante. ¿Quién no quisiera saber interpretar el mensaje de sus sueños, cuando los recuerda? Es un deseo que nos ha intrigado toda la vida. Pero ante la dificulta para lograr ese objetivo también surge la duda de la decepción por lo que pudiera tener de negativo el contenido onírico de esa producción involuntaria que hacemos mientras dormimos.
Nos contentaremos con recordar la obra de teatro más grande de las letras castellanas “La Vida es sueño”, del dramaturgo español Pedro Calderón de La Barca, donde el protagonista acaba creyendo que los momentos de felicidad en la vida, son como sueños que hay que saber prologar. La obra se titula así “La Vida es sueño”, ya que en ella se cuestiona todo el tiempo si realmente la vida es un sueño, si vivimos lo que soñamos o si soñamos lo que queremos vivir.
“¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.”
― Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño

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