José Ignacio Cabrujas
HACE 21 AÑOS SE NOS FUE EL
MAESTRO DE LA TELENOVELA
José Ignacio Cabruja Lofiego, es
reconocido como un destacado dramaturgo, director de teatro, actor, cronista,
escritor de telenovelas, libretista de radionovelas, autor de guiones
cinematográficos, moderador de programas de radio, humanista y diseñador de
campañas políticas venezolano nacido en Caracas, el 17 de julio de 1937. Murió
en Porlamar, Isla de Margarita, el 21 de octubre de 1995, víctima de un ataque
cardíaco. Es considerado cómo unos de los renovadores del género de la
telenovela en Latinoamérica y llamado el Maestro De Las Telenovelas.
Conocimos al Cabrujas operático,
cuando era Director del Teatro Universitario de la UCV, enamorado de ese arte
al que definía como lo más antiguo que nos quedaba. La ópera lo apasionaba,
siempre estuvo cerca de ese mundo, ella lo alimentaba. Quizá sus dioses eran
Verdi y Puccini, Ibsen y Artaud.
Entre sus 18 guiones para cine,
destacan los de los filmes: "El pez que fuma" junto a Román Chalbaud,
"Amaneció de golpe" de Carlos Azpúrua, y "Doña Bárbara"
filme donde hace la narración inicial. "Sagrado y Obsceno" y "La
quema de Judas". Son clásicos intocables, cintas de culto.
En 1988 la Fundación Polar
publicó "Caracas", un tomo con fotografías de Gorka Dorronsoro y el
texto suyo "La ciudad escondida". Ese año le fue conferido el Premio
Nacional de Teatro. Durante décadas fue profesor en la Escuela de Artes de la
UCV, y entre 1992 y 1993 profesor invitado del Instituto de Creatividad y
Comunicación.
En el año 1992 publicó el libro
donde compiló sus mejores crónicas, titulado "El país según
Cabrujas", joyas periodísticas donde exhibe su inagotable genio, su agudo
humor, su verbo sardónico para dibujar el país. Es memorable su crónica sobre
la rebelión del 4 de febrero de 1992, donde describe al entonces presidente
Carlos Andrés Pérez preocupado, no tanto por la asonada militar, como por
"el bochorno que vivió ante los ojos del Presidente Bush".
Al mandatario CAP lo describe
hablando embutido en un chaleco antibalas, con su calva rodeada por sus escasos
cabellos desordenados, hirsutos por el terror, declarando desde el bunker de la
organización Diego Cisneros. Ese libro debería ser materia obligatoria en las
Escuelas de Comunicación Social de Venezuela.
En una de sus crónicas afirmó:
"No creo en la obediencia ciega de los militares ni en el celibato de los
curas, porque los órganos son para usarlos, tanto el cerebro, como el
otro".
Siempre pensé que la voz de José
Ignacio Cabrujas era casi como un personaje en sí misma, un sonido que iba
dibujando con perfecto trazo situaciones inéditas, personajes únicos y sus
épocas. Una de las voces que le dieron un sonido de identidad a Venezuela, como
la de Renny Ottolina, la de Héctor Mayerston e Iván Loscher. La voz de José
Ignacio era como una pieza para fagot, con gran personalidad.
Sus amigos íntimos debatieron en
largas tertulias sobre las causas de su temprana muerte, en medio del duelo,
especulaban: ¿A Cabrujas qué lo mató? Rodolfo Izaguirre decía: "El exceso
de espaguetis con albóndigas". Román Chalbaud, seis años mayor que el
difunto afirmaba; "Fue el cigarrillo". Lo cierto es que un infarto lo
sacó de este mundo, cuando se encontraba en la Isla de Margarita, el 21 de
octubre de 1995.
Su viuda Isabel Palacios cuenta
que el traslado de su cadáver a Caracas resultó un guión cabrujiano,
surrealista y sarcástico. La avioneta que enviaron para trasladarlo era muy
pequeña y el ataúd no cupo en ella, tuvieron que pedir otro avión. Cuando por
fin llegó a La Guaira la urna con sus restos, el camión donde lo subían a
Caracas fue detenido por la Guardia Nacional, porque no tenían el acta de
defunción, y el efectivo militar (ignaro absoluto) no tenía la menor idea de
quién era José Ignacio Cabrujas.
Terminó el accidentado periplo de
su entierro, finalmente fue sepultado rodeado por la gente del teatro, del cine
y el arte de Caracas: "La ciudad de demoliciones y terremotos, donde nada
es digno de recordarse" (Cabrujas, 1989).
A José Ignacio Cabrujas no lo
mató el cigarrillo, ni los espaguetis, ni ese virus letal llamado olvido que
padecen tantos venezolanos. Han pasado décadas desde su partida, y su voz sigue
latente en nuestro recuerdo, su aporte tiene un espacio entre nosotros, su
presencia se siente en su Catia caraueña. Él está esperando subir a los
escenarios para leer a los transeúntes los versos de su poeta predilecto Rafael
Cadenas, poeta al que dijo necesitar.
El teatro que escribió José
Ignacio Cabrujas es de alto tenor, de gran riqueza poética y dramática. Creo
debería estar mejor valorado en el mundo hispánico. En todo caso, nos toca a
nosotros mostrarlo con orgullo, montar sus obras, con la certeza de estar ante
un gran dramaturgo, un artista genial, de una inteligencia viva.
Gracias maestro Cabrujas por
acercarnos al misterio de ser venezolano, gracias por el mundo complejo que
creó para interpretarnos, para recrear nuestra más pura esencia. Le pido al
país que levantemos un aplauso solemne para usted, así podremos homenajear su
memoria.
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