Manuel Díaz Rodríguez nació en el este de Caracas, el 28 de febrero de 1871. Estudió en el Colegio Sucre y en la Universidad Central con Adolfo Ernst y Rafael Villavicencio, exponentes del saber científico de Venezuela.
Había escrito ya otros libros como «Confidencias de Psiquis», «De mis Romerías», «Cuentos de Color» y su gran novela «Idolos Rotos», cuando muere su padre y el escritor debe encargarse de la propiedad paterna, la hacienda Los Dolores, y allí alterna, Virgilio de por medio, con las faenas agrícolas y la lectura de los clásicos y la preparación de otros ensayos –narraciones siempre lúcidas, siempre líricas-. De allí van a salir los libros «Sangre Patricia», «Camino de Perfección», «Sermones Líricos», «Peregrina o el Pozo Encantado».
¿Cómo pudo este escritor Díaz Rodríguez «el más completo de todos los maestros nacionales y extranjeros que liderizaron el modernismo», según el decir de Pedro Pablo Paredes, cómo pudo producir una obra literaria tan importante como fecunda en medio de la agitación que significa el activismo político administrativo? Porque ha de decirse que Díaz Rodríguez es en 1909 Vice-Rector de la Universidad Central; después fue Director de Educación y Bellas Artes en el Ministerio de Instrucción Pública; en 1914 es Ministro de Relaciones Exteriores; en 1915 Senador por el Estado Bolívar; en 1916, Ministro de Fomento; en 1918, otra vez Senador; en 1919 Embajador en Italia y Presidente de los Estados Nueva Esparta y Sucre, en 1925 y 26. Es decir, difícil tarea la de conciliar el ejercicio de estos cargos con el arte de la creación.
Y este maestro del modernismo, del lirismo, lo logró, sin desmejorar el estilo, como es el caso de Peregrina, novela que debió ser concebida bajo la más rigurosa disciplina, en cuanto a forma, y bajo las mejores condiciones del espíritu en cuanto a estética, tal es de sensible su narrativa.
No fue tan afortunado Díaz Rodríguez con la producción poética, vaciada en sus Eglogas del Avila, que si bien son perfectas en la estructura, como sonetos, no tienen el necesario vuelo poético. Díaz Rodríguez murió enfermo de Linfosarcoma, en Nueva York, el 24 de agosto de 1927. Dejó un libro póstumo: Entre las Colinas en Flor.
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