miércoles, 23 de noviembre de 2016

MANUELA SAENZ: EL TRAGICO DESTINO DE UNA HEROINA



MANUELA SAENZ: EL TRAGICO
DESTINO  DE  UNA  HEROINA
Hoy se cumplen 160  años, de la muerte de la magnífica heroína Manuela Sáenz, hecho ocurrido el 23 de Noviembre de 1856, reconocida por el mismo  Simón Bolívar el 25 de septiembre de 1828 como la "Libertadora del Libertador".
Lo primero que queremos decir sobre la personalidad de esta emblemática patriota es que Manuela era una mujer de amplios horizontes por encima de las convenciones sociales. Esto provocó una campaña en contra de ella, pero  también hubo otra a favor de esclarecer los hechos y ofrecer una imagen más contrastada, especialmente a raíz del escándalo que se produjo con la novela del escritor venezolano Denzil Romero, “La esposa del Dr. Thorne”, con la que obtuvo el Premio La Sonrisa Vertical 1988 en España.
La novela ofrece la imagen de una hembra ambiciosa, arrogante, impulsiva y de extraordinaria voracidad sexual. Romero crea un personaje lascivo e insaciable, el mismo que se construyó a base de rumores. Ya  para Santander, el enemigo de Bolívar, “la Sáenz”, como afirmaba desdeñosamente, sólo “era una ramera”.
Personalidades que la visitaron en el declive de su vida, como Herman Melville (autor de Moby Dick), Simón Rodríguez y Giuseppe Garibaldi, patriota italiano, vieron en ella “una reina”. Esto indica que más allá de las adversidades se imponía una gran personalidad. El escritor peruano, Ricardo Palma, que le dedica unas páginas en sus “Tradiciones peruanas”, dirá que era “una mujer-hombre”, “una mujer superior”; para las tropas, “la Generala”.
Pero la sociedad quiteña, a la que pertenecía, reparó más en sus faltas que en sus cualidades morales y en su talento. El historiador Alfonso Rumazo González reacciona contra el estigma que distorsiona su imagen, ofreciendo un perfil más ajustado. Para él, Manuela era “una mujer que se conducía en la hora difícil en la misma forma que hubiera procedido el Libertador. Le sobraba genio; sólo faltaron hombres que la secundasen”.
El papel de las mujeres en la independencia de América, tal como nos lo presentaba la tradición, se redujo a la realización de tareas como la confección de uniformes y banderas, a ser acompañantes de los ejércitos, cocineras o prostitutas y, en el mejor de los casos, enfermeras, e incluso espías. Casi nunca se reseñaron otras actividades: guerrilleras, líderes y dirigentes —que las hubo—, como es el caso de Manuela Sáenz, que alcanzó la celebridad por ser amante de Bolívar, pese a que fue mucho más que eso, como demuestra esta carta de Francisco Antonio Sucre dirigida al Libertador desde el Frente de Batalla de Ayacucho, el 10 de diciembre de 1824:
“Se ha destacado particularmente [...] por su valentía; incorporándose desde el primer momento a la división de Húsares y luego a la de Vencedores, organizando y proporcionando avituallamiento de las tropas, atendiendo a los soldados heridos, batiéndose a tiro limpio bajo los fuegos enemigos; rescatando a los heridos”.
Por su ejemplar conducta solicitaba “se le otorgara el grado de coronel del Ejército Colombiano”. Sin embargo, tan alta distinción no fue suficiente para situarla en el mosaico de la historia, al lado de los próceres o fundadores de las repúblicas hispanoamericanas. El odio y el ensañamiento de sus compatriotas la persiguieron hasta el fin de sus días. Pero la fuerte personalidad de Manuelita Sáenz, como aprendimos a llamarla, se impuso sobre sus enemigos, incluso sobre la leyenda de su vida, dejándonos ver la fuerza de un carácter capaz de romper barreras sociales, morales y de género.
Valga esta referencia para quienes maliciosamente sólo la reconocen como la “amante” del Libertador. Podemos decir que Manuelita fue una heroína independentista antes de Simón, con Simón y después de Simón.
Manuela Sáenz,  participó en la causa patriótica, no por ser la amante de Simón Bolívar, ya que antes de conocerlo se había unido a las luchas independentistas, sino precisamente por lo que él encarnaba: el sueño de unas naciones libres. Su cultura, su conciencia de una identidad americana, así como el papel que le correspondió en la construcción de las nuevas repúblicas se refleja en la correspondencia con Simón Bolívar.
Y es que desde muy joven había colaborado en la campaña del Perú por lo que el general San Martín la condecoró con la orden de “Caballeresa del Sol”, consistente en una banda blanca y encarnada con una pequeña borla de oro y una medalla cuya inscripción decía "Al patriotismo de las más sensibles", insignia de la nueva nobleza republicana que también le fue otorgada a otras 111 mujeres en Lima.
Pero el nombre de Manuela Sáenz fue borrado por quienes estaban interesados en maquillar una historia llena de miserias que ella puso en evidencia: las conspiraciones contra Bolívar, los intentos de asesinato, la traición de sus compatriotas y las calumnias de que fue objeto por parte de sus detractores.
Manuela fue una pieza fundamental porque se enfrentó a los enemigos del Libertador cuando una fracción de su ejército se sublevó en Lima negándose a cumplir la nueva constitución. La leyenda dice que, vestida de hombre, a caballo, pistola en mano, entró en uno de los cuarteles insurrectos en defensa de Bolívar. Por todo ello hizo temblar a muchos generales que la temían y odiaban a la vez.
Ella era consciente de que no se aprobaba su conducta, que hombres y mujeres se escandalizaban de sus aventuras, y se defendía criticando la hipocresía de una sociedad que, tras las buenas formas, ocultaba muchos de los vicios que señalaban en ella.
Bolívar fue el primero en reconocer el talento de Manuela. En carta al general Córdova, le recuerda a éste el respeto que se merece: “Ella es también Libertadora, no por mi título, sino por su ya demostrada osadía y valor, sin que usted y otros puedan objetar tal. [...] De este raciocinio viene el respeto que se merece como mujer y como patriota”. Lo importante para Bolívar era que Manuela no deseaba nada para sí y por tanto no le traicionaría; por eso cada vez se fue confiando más a ella, hasta dejarla encargada de su archivo.
Pero ella fue más que su guardaespaldas, como lo demuestra esta carta en la que lo anima a crear la república de Bolivia:
“Un pueblo agradecido con su espada y su voluntad de usted, puede ser el abono más extraordinario para que fortalezcan la justicia y las instituciones republicanas. He recogido de manera reservada algunas opiniones de la gente que le es fiel, y comparten el entusiasmo de ver nacer un estado con su nombre, que tenga de usted el amor irrefrenable por la libertad. Permítame ayudar a multiplicar la libertad y juntos habremos logrado procrear una hija, que sólo usted y yo, sabremos es el producto de este sentimiento que desafía la barrera de los tiempos”.
Esta carta, impregnada de una profunda conciencia americana, nos indica que no sigue a un hombre sino a un ideal. Ataviada con ropas militares, armada y a caballo emprende la campaña escalando la cordillera con el grado de Coronela.
En 1830, encontrándose en Guadas (Colombia) se entera de la muerte de Bolívar, por lo que se traslada de inmediato a Bogotá donde manifiesta públicamente de palabra y por la imprenta su adhesión a los ideales del Libertador.
Obviamente, tras la muerte de Bolívar, se le cerraron todas las puertas, incluso las de su ciudad natal. Así la vemos asediada por unos, criticada por otros, y en el ocaso de su vida Manuela se refugia en Paita, Perú,  ante la inmensidad de un océano, llamando a sus perros con los nombres de los enemigos de Bolívar. Acaso para conjurar los males se valió del humor, como suelen hacerlo quienes son capaces de estar por encima de las mezquindades humanas.
Manuela Sáenz: calumniada, anatematizada, perseguida y proscrita, envidiada, deseada, repudiada y desterrada, su destino de heroína es trágico. Enferma, inválida y atacada por la peste difteria, muere en 1857 en el olvidado puerto de Paita, en el Pacífico. Allí es enterrada en una fosa común, junto con todos sus recuerdos, cartas y documentos. El testimonio de su vida se redujo a cenizas como una medida de higiene, y también como una venganza del tiempo, que le cobró cara su osadía: su ejercicio de la libertad.
Su cadáver fue incinerado a fin de evitar contagio en la población, lo mismo que sus pertenencias, entre ellas gran parte de la correspondencia de Bolívar para ella, que guardaba celosamente. En agosto de 1988, fue localizado el lugar donde se encontraban los restos de Manuela Sáenz en el cementerio de aquella localidad.
La identificación fue posible gracias a que se encontró la réplica de la cruz que siempre portaba la cual la identificaba como la compañera del Libertador.
El 5 de julio de 2010, durante la conmemoración del 199° aniversario de la firma del Acta de Independencia de Venezuela, fue colocado en el Panteón Nacional un cofre que contiene tierra de la localidad peruana de Paita, donde fue enterrada Manuela Sáenz.
Estos restos simbólicos fueron trasladados por vía terrestre desde Perú, atravesando Ecuador, Colombia y Venezuela hasta arribar a Caracas, donde reposan en un sarcófago junto al Altar Principal, donde yacen los restos del Padre de la Patria, Simón Bolívar. Adicionalmente, a Sáenz se le concedió póstumamente el ascenso a generala de división del Ejército Nacional Bolivariano por su participación en la guerra independentista, en un acto al que asistieron los presidentes de Ecuador y Venezuela.
Quizás estos versos de Pablo Neruda, incluidos en el Canto General, sean el más bello homenaje a lo que fue su vocación americana: “Manuela, brasa y agua, columna que sostuvo / no una techumbre vaga sino una loca estrella. / Hasta hoy respiramos aquel amor herido, / aquella puñalada de sol en la distancia”, (Pablo Neruda, “Retrato”, La insepulta de Paita).

 ¡Gloria a las mujeres patriotas! ¡Gloria eterna a Manuelita!  

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